Cuando superas Hornillos del Camino, empiezas a subir y bajar unas enormes mesetas, totalmente planas y sin vegetación. Como uno es canario, y en las islas el relieve es tan montañoso y vivimos tan apretados, la visión de kilómetros y kilómetros de terreno llano y sin siquiera un gallinero, te deja flipado. Me crucé varias veces con Lisa La Australiana. Hay un montón de australianos haciendo el Camino de Santiago. Lisa va sin equipaje porque tiene una especie de acompañante que se encarga de eso. Le busca el hotel, le prepara la ruta y le lleva en un coche el equipaje. Debe de tener perras como estiércol. Es muy simpática y aunque tiene más de cincuenta años, llama la atención. Gonzálo El Asturiano dice de ella que tiene "un par de ñalgadas en cada ñalga". Es muy fuerte, lo que antes se llamaba una mujer hermosa y ahora, despectivamente, una mujer gorda.
A pesar de que los carteles decían que me iba acercando a Hontanas, el pueblo no aparecía por ninguna parte. Incluso la última de las señales, que decía que Hontanas estaba solo a medio kilómetro parecía una broma porque seguía sin verse prácticamente nada. En el último momento, aparecíó un pequeño valle, algo más que un barranco y en el fondo estaba Hontanas. Hontanas huele a cochino que tumba, pero es un sitio agradable en medio de todo este páramo. Su albergue municipal, que fue el antiguo Hospital de San Juan es un sitio acogedor, bien decorado y restaurado. Vale como todos por esta zona unos cinco euros o sea, un regalo. Sin embargo, después de duchado y cambiando de ropa, llegó la empresa que hace las fumigaciones y tuvimos que irnos a otro albergue, este si, mucho más cutre y helado. Hoy están también en Hontanas Paula y Jesús, que son una pareja de Murcia que caminan que da miedo. Lo que hay que ver en Hontanas se ve en media hora. Hay un supermercado de un cubano que a saber como acabó aqui. Una vieja seca cuando vió que comenzaba la llegada de peregrinos abrió la iglesia para que la viéramos y se puso en el último banco. La iglesia tiene dos cosas: valor y humedad. Como la vieja no nos quitaba ojo de encima, le puse todas las monedas marrones que yo tenía, en la alcancía. El pueblo es del tamaño de la mitad de La Hoya, pero todos los días llegan más de cien peregrinos.
Como el sitio es tan aburrido, todos los peregrinos confraternizamos. El grupo de Los Catalanes es ruidoso y divertido. Desayunan siempre con vino y donde están hay vacilón. La cena, todos juntos fue estupenda. Me comí, entre otras cosas, una "olla de garbanzos" buenísima, pero que me hace pensar que mañana debo caminar solo durante las primeras horas del día. Gonzalo no paró, sigue caminando hasta Catrojeriz. Con nosotros cenó un gallego que se llama Miguel. Recorriendo el pueblo, una señora lo llevó a que viera la colección de maquetas que ha hecho su marido y con las que combate el aburrimiento del invierno. Tiene algunas muy buenas de la catedral de Burgos, de la iglesia del pueblo y de la casa de su propio hijo, que es camionero, que ha hecho mucho dinero y que imita a un castillo. Esa historia me suena de algo.
Me despido con esta imagen de homenaje a la Gran Australiana

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