jueves, 15 de noviembre de 2012

9 de octubre. Mérida-Alcuéscar

Como siempre que me quedo en un albergue con mucha gente, madrugo mucho para salir de Mérida. La gente se revuelve inquieta en sus sacos de dormir, abren y cierran miles de cremalleras, doblan cosas, entran, salen, encienden linternas...y uno acaba por, desquiciado, lanzarse al camino aunque sea de noche. Por suerte, la noche antes había estudiado la salida de la ciudad. Muchas veces es más frecuente perderse saliendo de una ciudad que caminando a oscuras por un bosque.

Sin salir de la ciudad de Mérida, me tropiezo con el fantástico acueducto de los Milagros con tanta "suerte" que una urgencia intestinal me obliga a una parada que, en cuclillas,  permite la observación detallada del monumento. El  planeamiento tan detallado de la construcción de esta ciudad, hace más de dos mil años, me sigue dejando impresionado.

La salida de Mérida por la Vía de la Plata tiene en sus primeros kilómetros restos de tumbas romanas. Los pobres romanos creían que si la gente recordaba tu nombre, no te morías del todo y por eso colocaban sus tumbas, en todos los modelos, a ambos lados de las carreteras principales, de manera que los que circulaban leyeran las incripciones funerarias y de alguna manera, se perpetuara su recuerdo. Entre las tumbas encuentro también una urbanización moderna donde, ¡por fin! hay una cafetería estupenda que me permite no caminar sin desayunar como Dios manda. Poco a poco la ciudad va desapareciendo y después de un error que me hace caminar un kilómetro totalmente por gusto, me encuentro en el campo. Por si fuera poco, a unos seis kilómetros de Mérida me encuentro un monumento romano más, igual de impresionante que todo lo que vi ayer. A esta distancia, aquella gente construyó una enorme presa para recoger parte del agua que la ciudad necesitaba. La presa ahora recibe el nombre cursi de Embalse de Proserpina, que no es el original. Sigue funcionando y de hecho, tiene un buen nivel de agua incluso ahora, al final del verano. Ya no se usa para agua de consumo, sino que es un área recreativa, con playas, botes para navegar y pesca. Me quedo rato embelesado al sol viendo la maravilla de este embalse, sus conducciones subterráneas que conducían a la ciudad, las torres por donde se accedía a las válvulas de apertura y cierre y todas esas virguerías.

Desde la presa, el camino va ascendiendo y se mete en una dehesa aunque un poco más árida que las que he visto hasta ahora. Un poco después, se llega a Carrascalejo que es un pueblo pequeño que casi no tiene ni donde coger agua. Por el camino, adelanto y me adelantan y vuelvo a adelantar y me adelantan ellos a mi, a dos amigos sevillanos que van haciendo el camino desde su ciudad. Van diciendo algo de los minipuntos. Bastante más allá de Carrascalejo se llega a Aljucén. En Aljucén si que hay donde parar y tomar algo. Me tomo unas CocaColas y hablo con los viejos del bar que me dicen que hace un rato paró en el mismo un matrimonio de Tenerife, pero que van en coche. Los viejos de los bares no dicen ni pio hasta que lo miran a uno de arriba a abajo y hacen un análisis detallado. En realidad, están fritos por ponerse a alegar con alguien. En Aljucén hay un albergue con baños termales y me entero que la guiri vegetariana que conocí en Torremejía está metida en las termas con su hermana. Como no las vi en Mérida y no me adelantaron por el camino, está claro que la mentirosa esta, que el día en que nos conocimos me dijo que había hecho cuarenta kilómetros, se está moviendo en guagua o lo que es peor, en taxi. Vaya mentirosa.

Al llegar a Aljucén, no se porqué, yo me había hecho a la idea de que estaba acabando. ¡Fósforos! Tuve que caminar aún durante horas por un monte cerrado, que además es un espacio natural protegido. Al principio se avanza por la vega del río Aljucén, hay ganado y álamos en la orilla, pero al momento se convierte en un senderito serpenteante y casi siempre en cuesta arriba. Hace tanto calor que me pongo a caminar sin camiseta. Hay vacas y cochinos sueltos por todos lados. El camino va siempre en medio de pares de mojones que marcan lo que se llama el Cordel del Gato o también el Cordel de Mérida que es el camino por el que pueden pasar los ganados en su movimiento anual desde Castilla hasta Extremadura. Aunque ahora eso ya casi no se hace, el derecho a circular por aqui, que les dió Alfonso X El Sabio a los pastores transhumantes, se sigue respetando. Hasta en los sitios más perdidos, en medio de estas montañas y montes, sigue habiendo restos de los romanos, pequeños puentes, piedras miliarias o restos de la vía.

Se me secó la risa subiendo y subiendo en busca de Alcúescar, que no aparecía. Yo miraba al GPS del androide a ver si me consolaba, pero la verdad es que la distancia es enorme. Gasté el agua y no tenía nada que comer, pero es que tampoco encontré ningún pueblo ni a otro peregrino. En un punto que no está especialmente señalado, salí de la provincia de Badajoz y entré en la de Cáceres. En el último pueblo en donde descansé, los del bar me aconsejaron que no durmiera en Alcuéscar, sino en un albergue privado que me evitaba dar un rodeo. Me dieron hasta una octavilla donde se explicaba que ir a Alcuéscar era "caminar por gusto". Yo pensé que realmente, por gusto, por gusto...lo que se dice por gusto, estaba yo haciendo todo el camino, así que decidí ir por el pueblo aunque representara dar un rodeo. Siempre será mejor dormir en un pueblo-pueblo que en un albergue en medio de la nada. Además, necesito buscar un cajero automático.

Una vez más, me equivoqué y seguí de largo en una desviación, así que tuve que retroceder. Alcúescar apenas se ve. Está en el costado de una montaña apartado del Camino. Cuando llegué estaba más muerto que vivo. El albergue de Alcúescar no es un albergue normal. Es un hospital de los Esclavos de María y de los Pobres donde viven personas mayores sin recursos, discapacitados sin familia y casos asi. Aunque uno a primera vista se embajona un poco, la cosa me dio mucho que pensar. Llegué a la conclusión de que me venía bien un poco de realidad después de tanto embutido ibérico, tanto hostal bien escogido y tanto turismo. Si uno se queda en uno de estos albergues, se tiene que adaptar a sus horarios, por educación debe comer con los demás peregrinos en el mismo albergue y oir misa. El alberguero, que se llama Angel, es una  persona que está aqui de manera voluntaria durante un mes, atendiendo a los peregrinos y limpiando la parte del edificio destinado a ellos, ¡sin recibir nada a cambio! Sabe un montón del Camino, no solo de la Vía de la Plata, sino también de los otros Caminos de Santiago. Él piensa que el espíritu de los peregrinos está desapareciendo y que lo que hay cada vez más, son turistas. Está convencido de que eso acabará con los albergues y otras muchas cosas maravillosas con que nos encontramos al caminar. Después de la ducha me voy a misa con unos cuantos viejitos y tres peregrinos más (entre los que está Pete, el holandés). Nos habían advertido de que el pueblo estaba en fiestas y de hecho, se oía la megafonía en una especie de concurso alli cerca. La homilía estuvo trufada de esos temas de los quioscos de San Pedro como "quiero rayos de sol, tumbado en la arena" o "ella quiere un pedazo, yo le digo que no, que no, que no, que se la doy entera". Una experiencia nueva para mi que disfruto de las dos partes. Me bendicen ¡por primera vez en el camino! En el Camino Francés, hace dos años, recibía esa bendición tan bonita de los peregrinos, que dice "Oh Dios, que  que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los caldeos", casi a diario y en todas sus formas. La cena fue muy sencillita tirando a pobre. Uno de los platos es lo que quedo ayer de una comida de la fiesta, pero es lo que comieron también todos los residentes en este centro. Despues de una vuelta por las calles más proximas al albergue me voy a la cama. Las atracciones de la fiesta son idénticas a las que hubiera habido en Tenerife: aqui están las paponas, Bob Esponja y Patricio lanzándose miradas de amor, una especie de chochona y toda esa metralla.

Dormí como un tronco a pesar de que por el patio interior al que daba mi habitación (por suerte, individual) no dejaron de oirse en toda la noche, las campanas del hospital llamando a todas las oraciones habidas y por haber.

martes, 6 de noviembre de 2012

8 de Octubre: Torremejía-Mérida

El trayecto de hoy es corto, solo unos dieciséis kilómetros para llegar a tiempo de ver la ciudad que es la joya de este viaje: Mérida.

La salida de Torremejía fue casi una escapada para no caminar de nuevo con Pete . Había desayuno en el estupendo albergue de Torremejía y eso siempre hace que uno se lance al camino con mejor humor. La primera mitad del camino de hoy, se hace casi al lado de una carretera, la N 630 y no es extraño. Tanto en este camino como en el Camino Francés, hace dos años, muchos trayectos se hacen sobre la carretera porque son realmente el sustituto del antiguo trayecto y siguen su trazado. A mitad del camino, unas necesidades fisiológicas me hacen parar bajo unos eucaliptos. Mis intestinos no se han querido sincronizar este año con los horarios de albergue y allá que me voy yo por los campos de España, dando lo mejor de mi.

Conforme uno avanza, se incorporan desde la izquierda y la derecha otras carreteras y también la vía de ferrocarril. Mérida es y fue siempre un punto donde todos los caminos se encontraban y se nota. Tras rebasar unas obras molestas que han desplazado el camino en gran parte y por unos campos de viñas y olivos, me vuelve a pillar Pete  y entramos juntos en la ciudad de Mérida.

La ciudad de Mérida la mandó a fundar el emperador Octavio Augusto, veinticinco años antes de que naciera Cristo. Una vez que tenía toda la península controlada, se desmovilizaron a los veteranos y para ellos se creó esta ciudad con todas las comodidades que el imperio podía proporcionar. Emérita Augusta no fue solo una ciudad hispana más sino que fue la capital de una de las partes en que se dividió la península, la Lusitania. Me parece increíble que justo hagamos entrada en la ciudad por el antiguo puente romano que tiene ya dos mil años viendo pasar las aguas del río Guadiana bajo sus arcos. El puente es gigantesco, tiene sesenta arcos y mide más de setecientos metros. Todas las orillas del río están ajardinadas, con árboles y praderas. En poco tiempo se llega al albergue, que es un antiguo molino y está a la orilla del río. Somos los primeros en llegar y nos hacemos la ilusión (ficticia) de que no habrá mucha gente durmiendo esta noche en Mérida. Tras la ducha, me lanzo cuando aún no es mediodía a ver la ciudad. No se como describir Mérida. A mi se me desencajó la boca. Aunque los edificios contemporáneos no están especialmente cuidados, es tanto, tanto el patrimonio romano que hay por todos lados que uno se va sintiendo abrumado. Lo primero que vi (sin contar con el puente) fueron unas pequeñas termas y casi no acabo de verlas, sin saber la monstruosidad que me quedaba por conocer. Todo el casco está salpicado con restos de lo que fueron termas, los dos foros de la ciudad, templos enormes y sobre todo, en su parte más alta, el anfiteatro, el circo y el teatro. Delante del teatro hay que sentarse para asimilar que ese edificio impresionante, que aún hoy en verano sirve para representaciones muy famosas, lleva de pie más de dos mil años. Realmente estos edificios magníficos estuvieron parcialmente entullados hasta el siglo XX que es cuando de verdad se organizan las primeras excavaciones. Además, aunque no lo vi esa tarde, la ciudad tiene otros puentes menores, al menos dos acueductos, Disfruté enormemente en Mérida yo solito viendo todo eso. También en la parte alta está el Museo Nacional de Arte Romano, pero como es lunes está cerrado. Un buen motivo para volver pronto a Mérida. Hay muchos edificios que están construídos sobre columnas, como un palafito, porque por debajo de ellos hay restos de casas, de calles u otras construcciones romanas.






Ya casi en la hora de cerrar me da tiempo de ver la iglesia de Santa Eulalia. Santa Eulalia fue una niña mártir que como todas las mártires pasó más que el forro de un catre. Lo extraordinario de su iglesia es que está construída sobre una casa romana, quizá la propia casa donde vivió la santa y que con el paso de los siglos, se fue sacralizando pasando por ser primero un cementerio y luego distintas iglesias. En una excavación relativamente reciente, se puso de manifiesto la casa, ¡que está bajo el suelo de la iglesia! y donde pueden verse las distintas partes de la misma, enterramientos, pozos, aljibes y todo mezclado. Es sencillamente alucinante. La ciudad al ponerse el sol está muy animada, sobre todo la zona del río. Hay mucha gente haciendo ejercicio en las riberas y en alguna isla que está en medio del cauce. Vuelan por todos lados los murciélagos mientas los patos y ocas se van enroscando entre los matorrales.

En Mérida aprovecho para comprar camisetas de esas que se secan rápido, algún calcetín y calzoncillo porque creo que he perdido alguno por esos mundos de Dios. También, como te digo una cosa te digo la otra, Mérida tiene probablemente los sourvenirs más casposos que yo haya visto: cualquier cosa mínimamente relacionada con los romanos y especialmente si es dorado, se vende aqui para llevarselo uno de recuerdo. Ya de noche y cansado de ver tanta maravilla, me voy al albergue que ¡horror! está tan lleno que hay gente durmiendo en el suelo.

Me duermo rápidamente pensando que solo por ver Mérida, valió la pena venir a este viaje.