miércoles, 22 de mayo de 2013

18 de octubre. San Pedro de Rozados-Salamanca (23,9 km. ¡y en coche!)

Durante toda la noche, no paró de llover sobre San Pedro de Rozados. Los toros de lidia que he visto por el camino en estos campos de Salamanca deben estar nadando ya. Aqui, el verano ha sido muy seco y, como en Canarias, están deseando que llueva abundantemente.

Ayer tuve que romper de nuevo varias bolsas de agua nuevas en la planta de los pies. No entiendo que es lo que está pasando en este viaje. En el Camino Francés, no tuve ampollas ni una sola vez a pesar de que iba estrenando mis flamantes botas nuevas. Ya desde algunas horas antes de despertar, el dolor de los pies me hace entresalir de mis sueños.

Los peregrinos parten en diferentes direcciones. Las enfermeras inglesas piensan pasar por Morille, que es realmente dar un rodeo, pero piensan que asi no estarán todo el tiempo bajo la lluvia. El guiri grande y los dos sevillanos, Vito y Manolo, bajarán a Salamanca por la carretera como les ha aconsejado Carmen. Realmente ir por la carretera en este tramo es seguir más fielmente la Vía de la Plata, que en gran parte del recorrido, discurre bajo ella.

Yo, con mi pachorra recojo y me desayuno porque es imposible para mi dar ni un paso. Carmen me recoje en su Renault y nos vamos charlando sobre la Vía, los robos en ella y todo eso cruzando los campos inundados de agua. Efectivamente, Carmen me certifica que todo el ganado que he visto en este viaje no tiene cuadras. Realmente son razas perfectamente adaptadas a la climatología y soportan incluso las heladas y duras nevadas que llegarán dentro de poco. A un par de kilómetros, adelantamos a los peregrinos, con sus chubasqueros plásticos y toda la parafernalia apropiada.

Salamanca se ve preciosa al llegar. Árboles, edificios antiguos, ríos...lo que siempre me llama la antención cuando salgo de las islas. Carmen me deja en unas rotondas modernas, justo al lado del Tormes, donde está el puente en el que está el Lazarillo con su ciego tiesto. Para joderla más, ni siquiera tengo paraguas. Por suerte, el albergue de peregrinos no está lejos, justo al lado del jardín de Calixto y Melibea que tanto me gustó hace algunos años cuando estuve en esta magnífica ciudad. A pasitos milimétricos, sintiendo como perros mordiéndome en la planta del pie, voy ascendiendo la cuesta empedrada hasta la trasera de la Catedral. Llueve y llevo los tenis pérfidos que me han hecho daño, pero no tardo en llegar a la puerta del albergue de peregrinos que está ¡cerrado! Por lo que dice un cartel en la puerta, están fumigando y recomienda el alojamiento en un albergue juvenil algo más lejos. A poquito a poco busco el albergue que aún está cerrado aunque me dejan depositar la mochila. Algo más aliviado, me voy sin mochila a Decathon de Salamanca que está obviamente donde el diablo perdió los calzones. Cuando me bajo de la guagua, en un barrio moderno de una Salamanca que no tiene nada que ver con la del casco histórico, no se por donde diablos está Decathlon y llueve bastante otra vez. Como en cualquier barrio moderno, las manzanas de casa son enormes y no hay donde refugiarse, así que no hay más remedio que seguir mojándome buscando los colores de Decathlon. Por fin lo encuentro y me lanzo dentro a comprarme las tan ansiadas botas, que resultan ser exactamente del mismo modelo que las que algún cabrón me robó hace seis días en Casar de Cáceres. Ya que estamos compro algunas cosillas más. Ponerme las botas, que pesan un quintal, es un placer tan grande como descalzarme en La Tejita en un día de verano.

De vuelta al Albergue Juvenil, duchado, desayunado y tumbado en la cama, las cosas se ven de otro color. En cualquier caso el ambiente en uno de estos alojamientos no tiene nada que ver con los de peregrinos. La gente apenas se saluda y hay mucho ruido como de adolescentes en excursión de fin de curso. Antes de aguantar esto, prefiero el suplicio de seguir caminando por las preciosísimas calles de Salamanca, eso si, solo bajo los soportales, porque el día sigue lluvioso y frío. En la tienda de unos chinitos me compro un paraguas y en un bar de al lado, me doy un buen homenaje de vino, embutidos y el delicioso farinato mientras veo por la ventana una manifestación, con más padres que alumnos, protestando por el precio de las tasas universitarias. Los pubs están a reventar de  universitarios disfrazados celebrando a San Lucas, el patrón de los médicos. Entre entristecido y reventado, vuelvo a mi cama donde duermo medio regular por el trasiego de chiquillos que se van de marcha. Antes de dormir, con toda la satisfacción del mundo, deposito en la papelera a los odiados tenis blancos que me compré en Casar. Que alegría me dió, verlos alli entre la basura. Los abandoné, a pesar de ser nuevos, "como se abandonan los zapatos viejos"

http://www.youtube.com/watch?v=qahBeZB1g54

viernes, 10 de mayo de 2013

17 de octubre. Fuenterrobles de Salvatierra-San Pedro de Rozados (28,6 km.)

La hospitalidad del padre Blas en su refugio de peregrinos de Fuenterrobles continua por la mañana. Hay un desayuno muy rico tras el cual nos vamos despidiendo los peregrinos de los que habitualmente se estan quedando alli.

A la salida de Fuenterrobles me adelantan todos, incluso Sally y su amiga que me miran dar pasitos chiquitos con conmiseración. Llega un momento en que las pierdo de vista. La etapa de hoy, que no es corta, no tiene absolutamente ni una población entre el punto de partida y el de llegada. No habrá donde ni siquiera reponer agua y si no me equivoco, ni una piedra donde poner el culo.

Hay casi diez kilómetros en línea recta desde Fuenterrobles por una cañada que atraviesa muchas vaquerías. Salamanca total. Esta mañana salí superabrigado. A esta fecha ya hace frío en estos llanos, pero al caminar, hay que ir suprimiendo ropa. Como otros días, a medida que me acerco a la hora y media caminando el dolor horrible de los pies, dentro de las horribles chanclas, va desapareciendo. Llego incluso a adelantar a algunos de los otros peregrinos. Los bosques de castañeros que crucé ayer, parecen ahora un espejismo. El paisaje es totalmente plano y apenas hay árboles. Solo praderas inmensas, ahora secas y campos de cereal.

A unos quince kilómetros de Fuenterrobles está el Pico de Las Dueñas. Es muy nombrado entre quienes cruzan esta parte de la Vía de la Plata. Es apenas de la altura de la Montaña Grande de Güímar, pero aqui, en estas llanadas, es de lo más llamativo. La Via no subía originalmente a la montaña, claro. Los romanos no estaban tan pirados, pero el padre Blas Rodríguez, en su empeño en difundir esta comarca, colocó hace años en su cúspide una grandísima cruz de Santiago. Aunque la montaña en si misma no es grande, si que la cruz está colocada en el punto de más altitud de la Via y aproximadamente a la mitad de distancia entre Sevilla y Santiago. Yo, que ya comienzo a notar la prisa por llegar a Compostela, me noto atrasado, yendo aún por la mitad del trayecto. En principio pensaba acabar el cinco de noviembre, unos cuarenta días después de empezar en Huelva, pero comienzo a dudarlo.

Me costó una barbaridad subir a la mierdita de montaña esta. El camino va todo el tiempo por la ladera y por lo tanto, la mayor parte de mi peso se apoya solo en el pie derecho, con el que veo las estrellas. Me encuentro agotado y tengo que parar a tomar chocolate y me duermo debajo de unos robles achaparrados por el viento, que en lo alto de la montaña es fuerte. De hecho, es tal la ventolera, que toda la cima de Las Dueñas está llena de aerogeneradores con su ruido inquietante. Me duelen tanto los pies, hace tanto viento y esto está tan solitario que sinceramente, me estoy poniendo triste. Todo el tiempo voy tarareando la canción Salamanca Campera, de Farina, que a mi tanto me gusta

http://www.youtube.com/watch?v=1ZZmk8lW42w

Si me costó subir a la Montaña de las Dueñas, eso no fue nada comparado con bajar. La cuestita que lleva a la base, no es de tierra, sino de piedras con aristas. Las cholas se viran a cada paso para donde quieren y de hecho, me caigo un par de veces. Doy más lástima que otra cosa. Por suerte, al pie del Pico de las Dueñas, el camino va paralelo a una carretera y en lugar de ir por las irregularidades de la tierra, voy por el arcén. Es un paisaje tan solitario que creo que es imposible encontrar nada igual en ninguna de las islitas donde vivo. Hay algunos toros y vacas de raza brava en las fincas del camino y su estampa es fantástica. Esta es la comarca más rica en ganado de Salamanca. Cada recta del camino parece que es la última y sin embargo, tras cada curva, aparece otra recta infinita. En una vaguada, hay un pequeño arroyo, ahora seco y varias granjas de cochinos. Cuando me oyen acercarme, enderezan las orejas, pero ni se levantan del suelo, los jodidos. Poco a poco se va nublando y unas nubes muy de agua se van acercando por mi derecha. A pesar de que no tiene lógica intentar entender el tiempo en la península, yo hago mis cábalas: que si vienen del mar, que si vienen de la cumbre.

Ya casi llegando a San Pedro de Rozados, según me dice el gps del androide, veo como se acerca la lluvia desde el oeste y se oyen, claritos, los truenos. Físicamente estoy reventado. Yo no se si los dos años de más que tengo en este camino con respecto al Camino Francés en 2010 son los responsables o si, por el contrario, tiene que ver que este trazado es más solitario, apenas hay donde comer durante el día y los trayectos son más largos, pero la verdad es que está costando bastante más.

Solo entrar al albergue de peregrinos de San Pedro de Rozados caen unas gotas que da miedo. Dentro, a pesar de que está abierto, no hay nadie. Luego aparecen Vito y Manolo y más tarde las inglesas enfermeras. Manolo tiene los pies fatal y algo de fiebre, y hasta habla de dejar de caminar. Suerte que Vito lo enrala y se le quita de la cabeza. Pasamos toda la tarde durmiendo porque diluvia en San Pedro de Rozados y curándonos los pies como es tradición en estas horas de descanso. Ya de noche, vamos a cenar al restaurante de Carmen, que también es hostal. Voy por la calle caminado a duras penas, apoyado en la pared, con las chanclas ahora sin calcetines, mientras el agua me entra clarita por todos lados. El paraguas es totalmente insevible porque cae mucha agua y además hay brisa. San Pedro de Rozados es un municipio enorme, pero apenas viven en él trescientas personas y no todas en la cabeza municipal.

El restaurante es de lo más acogedor y la cena riquísima. A menos de diez euros, Carmen sirve unas lentejas riquísimas (pone la legumbrera en la mesa y me sirvo ¡tres! veces), carne a la plancha y arroz con leche, todo regado de cuanto vino queramos beber. La mesa, con el guiri al que no veo desde ayer, las dos inglesas, Vito y la pelirroja que ayer se jaló, se pone de lo más animada. Mañana va a llover seguro y mis pies sencillamente están para el arrastre de despellejados e hinchados. Lo más razonable es hacer la etapa de mañana, que es muy corta, en el coche de Carmen que va a bajar a la ciudad de Salamanca. Nos despedimos unos de otros porque a pelirroja está en una casa rural preciosa, el guiri viejo en el propio hostal del restaurante y los demás en el albergue de peregrinos. En la barra del restaurante hay una cartel genial que advierte que cualquier persona que retenga el periódico del bar más de diez minutos en su poder, está obligado a leerlo en voz alta para que los demás se enteren. Hace un frío que pela esta noche en San Pedro de Rozados.



martes, 7 de mayo de 2013

16 de octubre. Hervás-Fuenterrobles de Salvatierra. Entrada en Castilla León. (37,7 km.)

Nada nuevo en la salida de Hervás. Dolor en los pies hasta decir "ya está bueno". Espero poder volver alguna vez a esta sorprendente y bonita ciudad, y si puedo, me quedaré en el fabuloso albergue de peregrinos que tan bien me ha acogido esta noche. Su habitación individual, su agüita caliente, las zonas comunes, el propio hospitalero...todo ha sido fantástico. Por cierto, Carlos se cogió un rebote bien justificado porque los peregrinos, en su afán por madrugar, se han puesto a trafegar en la cocina para prepararse su propio desayuno. Él nos había advertido que vendría con pan fresco y todo lo necesario para el desayuno y no le ha gustado nada que algunos anduvieran en su preciosa cocinita, que más bien parece una cafetería elegante.

Salgo de la ciudad con Pete por una carreteria descendente que conduce de nuevo a la Vía de la Plata. Todos los alrededores de Hervás están llenos de carpinterías de todos los tamaños. Hay un comercio de muebles muy importante aqui. Por supuesto, en los pies llevo las cholas y calcetines, uno de cada color. Si me encuentro a alguien de Güímar, me tendré que cambiar de acera. Por todas partes huele a membrillos.

La mañana está preciosa y desde que nos situamos de nuevo en la Vía de la Plata, vamos ascendiendo. Como en otros puntos de los caminos, vamos a llegar a un puerto de montaña que sirve a la vez de límite entre provincias, salgo de Cáceres y entro en Salamanca, y también de comunidad autónoma. En este caso, el corredor de Béjar supone además un fresco respiro, boscoso, húmedo y arbolado, antes de entrar en las llanuras castellanas donde se acabarán las dehesas que vengo recorriendo hace casi veinte días. A lo lejos, hay un embalse enorme. Entramos en la ciudad, más bien es un pueblo, de Baños de Montemayor. Desde la época de los romanos, este ha sido un punto donde las personas han venido a aprovechar sus aguas curativas. La calzada, preciosa, está restaurada y aunque uno sabe que no es el pavimento de los viejos romanos, es muy bonito recorrerla. Aparecen robles, un árbol que hasta ahora no había visto y que sé que me acompañará hasta la ciudad de Santiago (si es que llego).

Tras un café riquísimo en Baños, en una cafetería en la que, no bien abro la puerta y doy los buenos días, ya saben que soy de Tenerife, seguimos subiendo loma arriba bajo los árboles y en un paisaje totalmente verde incluso en este final de verano. La autopista que ayer seguí durante más de diez kilómetros, cruza ahora sobre mi cabeza. En el punto más alto del puerto de montaña, dejo atrás a Cáceres y sus dehesas para entrar, sin mucha pompa, en la provincia de Salamanca. Hacia el este, algo retirado de la Vía, está Béjar, del que tanto he oído hablar. Me hago el loco para dejar que el holandés adelante porque me apetece caminar solo. Solo y con mis chanclas.

Pasado el cerro que remata el puerto de Béjar, el camino se convierte en un paseo delicioso, descendente y en zig zag, bajo un techo de castañeros y robles. El camino ya está lleno de castañas y, claro, me acuerdo de Güímar y de la fiesta de finados, que ya está a la vuelta de la esquina. En el fondo del vallecito hay un río precioso, lleno de arboleda y con un nombre rarísimo. Se llama el río Cuerpo de Hombre.Hay varios miliarios en esta zona.

Al salir del valle donde está el río, se llega a Calzada de Béjar que es un pueblo muy bonito con una arquitectura muy interesante. Hay balconadas corridas y se soportan con sillares de piedras. A pesar de su aspecto algo caótico y como si todas las casas se estuvieran derrumbando, es limpio y acogedor. Eso si, el cabrón del bar no es nada acogedor y como está cerrando, no me da opción a tomar nada a pesar de que desayuné en Hervás hace muchas horas y aún me quedan más de veinte kilómetros que hacer hoy por una zona totalmente desértica. En Calzada de Béjar se queda Pierre el holandés al que no le conviene llegar a Salamanca, el final de su tramo, antes del día convenido o sea, que no lo volveré a ver. Me desea mucha suerte y sigo para adelante.

Solo dos pequeños pueblos están en el camiho hacia Fuenterrobles: Valverde de Valdelacasa (cágate con el nombrecito) y Valdelacasa. El primero es pequeñito y el segundo algo mayor. En ninguno encuentro nada que comprar para comer y sigo como un tiro. En Valdelacasa, un grupo que sale a dar un paseo en una tarde preciosa, me aconseja no ir por la Vía, sino por la carretera. Yo les pregunto si encontraré muchos coches y se parten de risa. Efectivamente hasta Fuenterrobles, a lo largo de unos ocho kilómetros solo veo un tractor que está transportando purines.

Por fin, reventado como una pita, pero con los pies en bastante buen estado llego a Fuenterroble de Salvatierra. Salamanca total. Todo es llano como una pandereta. Fuenterroble es un pueblo algo desolado, de calles muy anchas y con dos iglesias más que notables. Viven en él unos doscientos cincuenta vecinos.
Lo más famoso de Fuenterroble es...¡el cura! El padre Blas lleva montones de años aqui y ha reforzado mucho la parada en el pueblo hasta el pnto de que los peregrinos que duermen aqui, hoy somos unos diez, son fundamentales para las ventitas que el pueblo. El padre Blas ha hecho de todo, incluso toréo unos novillos para sacar dinero para restaurar la iglesia del pueblo. Como es la principal atracción del pueblo, hay que ir a misa. Al enfriarse los pies empieza otro cantar.  A rastras, con Vito y Manolo, la pelirroja que durmió ayer en Hervás, me voy a misa y el cura me resulta medio plasta con sus jueguecitos con los niños de catequesis. Sin embargo, luego en su casa, en una maravillosa cena que preparan unos voluntarios excéntricos y medio hippies que viven aqui, Blas se revela como una persona extraordinaria, con unos conocimientos sobre la Vía de la Plata realmente enormes y muy buen conversador, con más de cura obrero que de sacerdote de  pompa y ritual. Cenamos una crema de verduras, embutidos (buenos, Guijuelo está aqui mismo) y una sopa de pescado maravillosa. El menú no pegaba mucho, pero yo comí de todo y varias veces de cada uno de los platos. Por quedarse en su casa-albergue, que es muy acogedora y está llena de detalles medio kitch, no hay que pagar nada, solo dejar si uno lo cree conveniente, un donativo por la mañana. Hay fuego en el hogar y el vino acaba  animando mucho al grupo de peregrinos donde se unen un guiri colorado y como de sesenta años, Sally y su amiga, dos enfermeras sexagenarias inglesas geniales (Sally es igual a Carol Burnett). Me lo paso de miedo en esta cena, pero la pelirroja coge una borrachera de lo más absurda. En Fuenterrobles están despidiéndose del verano, dentro de nada, bajarán a "bajo cero" e incluso llegarán a los -12º durante muchas semanas (espero estar en Güímar cuando eso). Uno de los hombres que se han instalado aqui, no como peregrinos, sino como huéspedes en la extraña tribu del padre Blas estuvo viviendo en Lanzarote y se enamoró de una conejera. Ahora va por las mañanas, con unos burros a buscar leña y espera que pase el invierno para seguir su viaje no se sabe muy bien a donde.

Por cierto, la pelirroja tuvo un golpe buenísimo. Tenía unas sales para las patitas hinchadas y preparó una palangana donde metió sus pies un buen rato (los pies que todos los peregrinos llevamos de aquella manera). Cuando ya llevaba un rato y a la vista de mis patitas, que tienen consternado a todo el grupo, me ofreció el baño de sales ¡pero en la misma bañera y con el mismo agua en que los había metido ella! ¡la muy gedionda! Y encima me animaba a que lo hiciera rápido porque el agua se enfriaba. Casi no escapo de esa.

martes, 30 de abril de 2013

15 de octubre. Oliva de Plasencia-Hervás (¿30 km.?)

Solo poner los pies en el suelo en el albergue de Oliva de Plasencia me hizo ver las estrellas. A duras penas, vuelvo a ducharme solo para espabilar un poco y bajo al desayuno que Mónica nos ha preparado. Ella también trabaja en una tienda del pueblo y no viene por la mañana. Voy tan lento por el dolor de los pies que todos los peregrinos se lanzan al camino mucho antes que yo. Para joderla más, ya iba casi dejando las casitas de Oliva de Plasencia atrás cuando me di cuenta de que no llevaba conmigo el teléfono. Vuelta a Oliva, vuelta al albergue para anotar el número de telefono que aparece en la puerta y llamar desde una cabina a Mónica, que me deja la llave y me permite recoger el telefonito. El pequeño laberinto para hacer esta operación me hace ver las estrellas. A pasos de geisha, voy dejando atrás Oliva, pero solo puedo caminar unos doscientos metros. Los "rayos" que salen de la planta del pie me llegan hasta la cabeza. Acabo convencido de que es imposible caminar hoy. Casi deprimido, me siento en una piedra al frío de la mañana, que me obliga a vestirme aunque por otra parte me descalzo. La verdad es que la vista de la planta de los pies impresiona un poco. Decido llamar a la pobre Mónica que me dice que como está trabajando, no me puede ayudar. Lógico. Me da el número de Carlos, que es el alberguero de Hervás, el lugar a donde debo llegar esta noche. Carlos es absolutamente encantador, pero a esta primera hora de la mañana, está recogiendo el albergue de Hervás y tampoco me puede venir, pero me habla de un taxista que me lleva a Hervás por cuarenta euros. Poco no es.

El principal problema es que me recomienda Carlos que avance hasta Cáparra y alli espere al taxi. Él piensa ( y yo también lo pienso) que no debo de dejar de ver Cáparra. Sería algo asi como no cruzar Mérida si uno hace la Vía de la Plata. A pasito a pasito, más impulsado por quitarme el frío de la mañana en la dehesa que por las ganas de hacerlo, voy caminando en dirección a Cáparra. Hay fincas maravillosas de ganado bravío, que se ve imponente bajo las encinas. No hay ningún peligro porque en este caso, todas las fincas están valladas perfectamente. En las granjas de reses bravas todo está muy cuidado, los bebederos y comederos son una virguería y las cercas y valles están en un estado impecable. Solo viéndolos, toros y vacas tienen otro aspecto, más nervioso y vivo que el ganado de leche o carne. Como anoche me dijo Mónica que en esta zona hay galápagos, por exótico que parezca, voy mirando en todas las charcas que están hechas para beber los animales porque al parecer ahora, que aún no han comenzado las lluvias, es muy facil ver a las tortuguitas en el poco agua que queda en el fondo.

Los pies se van insensibilizando y cuando me voy a dar cuenta, estoy en el centro de visitantes de Cáparra. Yo jamás había oido hablar de este sitio antes de preparar este viaje. La ciudad de Cáparra fue fundada por los romanos y otra escala, fue una parada importante como Mérida. Como todas las cosas que fundaban estos tíos, era una ciudad racional, bien pensada y con todos los elementos para que la gente viviera de lujo: termas, baños públicos, calles pavimentadas, templos y todo eso. A la caída del imperio, Cáparra entro en decadencia y desapareció como ciudad. Solo sobrevivió de ella un enorme arco de cuatro pies a cuyo alrededor, progresivamente se ha ido desenterrando toda la ciudad romana. De hecho, hoy en día, el arco de cuatro pies de Cáparra es el emblema de la Vía de la Plata. El centro de visitantes de Cáparra está bastante bien y además...¡está abierto para mi solo! Solo veo la exposición, solo veo el vídeo explicativo y solo recorro las preciosas ruinas de la ciudad solitaria. Un hombre está cogiendo aceitunas en unos olivos que crecen sobre esta ciudad, que debió ser un hormiguero de personas a esta misma hora, hace dos mil años.

Salgo de Cáparra ya decidido a no llamar al taxi y llegar a pie a Hervás si hace falta. Esta mañana pensé seriamente en la posibilidad de no llegar a Santiago de Compostela si los pies siguen empeorando de esta manera. Una posibilidad seria llegar solo hasta la ciudad de Astorga, donde ya estuve hace dos años al seguir el Camino Francés y desde alli, ir en tren a Galicia, ahorrándome ese camino que después de todo, ya conozco. El caso es que hoy sigo caminando con esa absurda, pero cómoda opción que es ir en chanclas con calcetines.Desde luego, es espantoso de ver, pero camino mejor que con los famosos tenis blancos.

El camino a continuación de Cáparra es prácticamente una línea recta. A medida que avanzo hacia el norte, las dos cordilleras que flanquean la ruta de hoy, a derecha e izquierda se van acercando progresivamente hasta que me da la impresión de que avanzo casi por el centro de un valle. Al frente se ven fenomenales los picos de la Sierra de Gredos. Busco Hervás por todos lados, pero todavía no lo veo. Realmente mi parada de esta noche, la ciudad de Hervás tampoco está en la Vía de la Plata, pero nos lo han recomendado a pesar del desvío que hay que hacer por la calidad de su albergue y porque el de Aldeanueva del Camino, que si está en la Vía, tiene chinches. Hay muchas chinches en algunos pocos albergues a pesar de que yo jamás los he tenido. Al holandés lo hicieron un cristo en la pensión de Cañaveral. En esta zona, como en otras muchas de la Vía de la Plata y el Camino Francés, se da la circunstancia de que coinciden las antiguas vías romanas, medievales e incluso las prehistóricas vetonas, con las carreteras modernas. Realmente estoy saliendo de Extremadura para entrar en Castilla y la "subida" a la meseta, solo puede hacerse por este punto por lo que, desde los pastores trashumantes del neolítico hasta los gigantescos y modernos camiones de la actualidad, han de pasar por el fondo de este valle de Ambroz.

Mucho antes de llegar a Aldeanueva, me pierdo como un pulpo. La Vía está interrumpida muchas veces por carreteras modernas y es fácil extraviarse. Acabo tirando por la autopista durante más de diez kilómetros, espantado con los gigantescos camiones que suben como tiros hacia Castilla. Muchos de ellos son camiones de transporte de ganado, con varios pisos de ovejas o cochinos que van al matadero o a buscar zonas con buenos pastos. Por fin, tras los diez kilómetros llego al cruce de Aldeanueva y comienzo a desviarme para subir a Hervás. El camino se ha transformado a lo largo del día, cada vez hay más árboles frutales, más humedad y ahora, en la carretera de Hervás, preciosas casas con jardín.

Hervás no puede ser más sorprendente. Jamás había oído hablar de esta ciudad y sin embargo, es preciosa. Tiene unos hermosos parques, buenas tiendas especialmente de muebles y un barrio judío alucinante. Está en medio de un bosque frondoso que es otra sorpresa en el día de hoy. Después de días caminado en un ambiente rural, de agricultores y pastores, me encuentro en esta pequeña ciudad con un aire parecido a La Laguna, de parejas paseando, gente haciendo deporte, tiendas y cafeterías. El albergue de peregrinos de Hervás es efectivamente una maravilla. Está construído en la antigua estación de tren, eliminando sus parejas exteriores y sustituyendolas por cristal. Tiene un premio su diseño. Es tan confortable que me dan ganas de llorar. Carlos, el hospitalero me recibe muy amable y asombrado de que después de haberle pedido que me fuera a buscar a Oliva, haya llegado a pie a Hervás. El ambiente es de lo más familiar y aqui me vuelvo a encontrar a los peregrinos con los que estuve anoche en Oliva, Vito y Manolo incluidos. Salgo a comprar provisiones, pero pierdo el tiempo callejeando por la judería que de verdad, es impresionante. No dejo de pensar en que tengo que volver a esta maravillosa ciudad alguna vez. Embobecido con plazas, iglesias y calles minúsculas, por poco se me hace la hora y no encuentro un supermercado abierto para comprar algo para mañana. Todos en el super hablan de la serie "Isabel" que tiene al goderío alucinado. Por cierto, aqui todos hablan ya un castellano impecable. Tras nuestra cena en un restaurante estupendo con, nuevamente, carne extraordinaria, caigo como un saco en mi cama ¡en una habitación individual!. Carlos, que es un encanto, me reservó la única habitación individual, con baño propio y todas las comodides, creyendo que necesitaría descansar varios días en Hervás. No se que ocurrirá a partir de ahora, peropor lo menos hoy, con mis cholas y mis calcetines, uno de cada color, llegué a la meta. ¡Viva Hervás! 





domingo, 21 de abril de 2013

14 de octubre. Galisteo-Oliva de Plasencia (30 km.)

Mis pies están cada día peor. Noto que en la planta empieza a crecer algo parecido a una megabolsa de agua. Por suerte, podemos desayunar en el albergue de Galisteo. La hospitalera es estupenda. La noche antes, nos dejó todo preparado: café, leche, bollería y pan. En la mayoría de los albergues, aunque haya que pagar unos euros y los productos sean convencionales, merece tomar este desayuno si uno no quiere pasarse casi todo el día en ayunas buscando donde comer. Una vez más, me doy cuenta de las diferencias entre la Vía de la Plata y el Camino Francés.

El paso que me permiten mis pies hace que todos los peregrinos se me adelanten como tiros. La idea es llegar hoy a Oliva de Plasencia. Oliva no está exactamente en la Vía de la Plata, pero no hay más remedio que desviarse del camino unos seis kilómetros si uno quiere encontrar donde dormir por esta comarca. Pasito a pasito, salgo de Galisteo casi convencido de que no voy a poder llegar a la lejana Oliva. Tengo que entrar a preguntar en una gasolinera y solo de pensar en cruzar su aparcamiento, me da pena de mi mismo. El dolor es tan fuerte que voy escalofriado todo.

El paisaje es precioso. La carrretera va todo el tiempo al lado del río Jerte, cubierto por enormes árboles de una sombra tan profunda, que llega a dar frío a esta hora de la mañana. Me doy cuenta de como ha cambiado el tiempo en estos casi veinte días de camino, no solo por la entrada en el invierno, sino por el avance hacia el norte de la península. Hay mucho ganado a los dos lados del camino. Entretenido con todo esto, me olvido del dolor de los pies y llego a Aldehuela del Jerte. En contraste con el paisaje de los últimos días, este valle del Jerte es un vergel: hay muchas fincas de millo, prados, secaderos de tabaco y en general muchos cultivos de regadío. Aldehuela es casi nada, hay un bar sin embargo y falta poco para que abra. Decido esperar aunque se que hoy voy en la retaguardia del grupo de peregrinos. El bar finalmente abre y hay que esperar a que se caliente la cafetera. Me adormilo en las sillitas de plástico por fuera y acabo desayunando por segunda vez un bocadillo estupendo y un café de verdad. Al intentar volver a caminar después de casi una hora parado, veo las estrellas.



Después de Aldehuela, viene Carcaboso. En Carcaboso hay un montón de antiguos miliarios de la Vía de la Plata, que aqui han sido colocados en la plaza. Son maravillosos y tienen incluso inscripciones en latín. Cada cosa de estas que he visto,me da un subidón tremendo. Aqui comienza a llover y me encuentro a los franceses que duermen esta noche en Carcaboso. Así quisiera ir yo, a poquito a poco. Desde Carcaboso, el camino es precioso: se trata de una dehesa, pero a diferencia de las primeras que vi en Huelva y Badajoz, esta ya está llena de hierba. Todo el tiempo voy al lado de un muro de piedra y hay mucha información sobre la Vía. De hecho, el hecho de que el camino actual vaya sobre una especie de loma, no tiene otra explicación sino que vamos sobre la auténtica vía romana. Hay muchísimas vacas y toros muy mansos que salen corriendo desde que me ven. Hay que tener cuidado porque con su propio susto, si se pone uno delante, pueden tumbarte. Embelesado con la dehesa, tan bonita y tan rica, llego a Venta Quemada, que es solo un edificio en donde debo dejar la Vía de la Plata para acercarme a Oliva de Plasencia. A lo largo de la carretera, hay más granjas de vacas, pero en plan "ricachón", son caserones preciosos que a esta hora de la tarde parecen ideales para meterse dentro a cenar.

Oliva no se ve hasta que prácticamente llega uno al pueblo. Es chiquitita y solo tiene unos trescientos habitantes. Detrás de él, hay una enorme ladera y tras esa ladera, la ciudad de Plasencia que no veré. Jesús Escudero se va a enfadar porque su madre es de aqui y ha hecho una dura campaña para que la vea. Cuando uno está caminando, resulta imposible ver las ciudades de las cercanías a no ser que pare un día para hacerlo. A pesar de que se dice en muchos textos, la Vía de la Plata no pasa por la ciudad de Plasencia. Sin embargo, el nacimiento y auge de esta ciudad, hizo que a partir de su fundación, los viajeros la usaran como escala descartando el Valle de Ambroz desde ese momento. El albergue de Oliva de Plasencia es sencillamente maravilloso. Ya están aqui los sevillanos Manolo y Vito y también Pete que me aplauden al verme llegar, renqueando. ¡El fuego de la chimenea está encendido! y toda la casa es una construcción típica, muy bien restaurada. La hospitalera habla como un loro, se llama Mónica, pero es encantadora y prepara la cena que, aunque sencilla, es muy de agradecer. Hay camas y baños de sobra, todo está recientemente restaurado y muy limpio. Hay varias habitaciones y no es necesario compartirlas con muchas personas. Apenas puedo mantenerme de pie en la ducha y para afeitarme tengo que sentarme porque los pies son una auténtica carroña. No me muevo de mi silla en toda la noche porque no puedo ni tenerme en pie. Creyendo que la estampa de mis pies ante el fuego de la chimenea era idílica, la subo a facebook y al momento, mis contactos desde Tenerife, me dicen que los tengo hinchados como un monstruo. Fue a pesar de todo una velada magnífica. Con los pies destrozados y todo, duermo como un animalito de Dios.







sábado, 20 de abril de 2013

13 de octubre. Cañaveral-Galisteo (28,2 km)

Fue terrible el despertar en Cañaveral. En primer lugar porque hay mucho ruido. Toda la gente que ha venido a cazar se mueve por los pasillos y en los bajos del hostal hay un bar bastante ruidoso. Por otra parte, mis pies están muy hinchados y duele una barbaridad. La suela de los tenis blanquitos que compré ayer, es como de broma. Apenas puedo dar un paso. Con mucho disimulo, porque odio que me miren con compasión los habituales observadores locales, bajo al bar y me tomo un cafecito.

La mañana está preciosa y avanzo, muy trabajosamente por la salida de Cañaveral, que con sus talleres y naves, podría ser la de Güímar, La Victoria o cualquier otro lugar. Mi guía advierte de que me voy a adentrar en uno de los tramos más solitarios de la Vía de la Plata. Apenas encontraré donde comer o beber, me imagino lo que me va a costar encontrar unas buenas botas por aqui. Es más, mi guía se regodea diciéndome que "ni en la época romana, este tramo de vía estaba tan desatendido como ahora". Bonito panorama.

A unos metros de la salida de Cañaveral, y después de equivocarme un par de veces (con lo que me duelen los pies), encuentro por fin la vía, que sube una ladera empinadísima con pinos. Hay una ermita de San Cristóbal y le rezo en serio porque estoy asustado con las patitas de esta manera y él gobierna los caminos. El punto más alto de la loma se llama el Puerto de los Castaños. La bajada por el otro lado es más agradable. Hay un bosque de alcornoques realmente espectacular, con mucha hierba y árboles enormes. A la mitad de camino, como es normal por aqui, un puticlub. Cuando pasan un par de horas, el dolor de los pies se vuelve soportable y casi me olvido de él. Hay que abrir y cerrar cientos de portillas que encierran el ganado. Es maravilloso que prácticamente todos los peregrinos cumplen con esta norma tan importante y sin la cual, se perderían muchas cabezas de ganado. Sin darme cuenta, paso por debajo del pequeño pueblo de Grimaldo, al que apenas veo con lo frondoso del bosque. Hay mucha gente cazando y esto acojona un poco. Se me va la cabeza pensando por la monotonía del camino. Todo el tiempo voy entre dos alambradas que apenas dejan en medio el ancho para la vía, ¡que en muchos casos presenta el empedrado original romano! Se oyen tiros por todos lados y eso no es muy tranquilizador. Estoy realmente hecho polvo hoy. Si paro a descansar, aprovechando alguno de los plintos que marcan la Vía de la Plata, parece que los pies se hincharan como un air bag y vuelven a doler, asi que no paro. De remate para la faena, hay muchas moscas hoy, que se posan en mis ojos, en el sudor, en la boca. Voy todo el tiempo manoteando y a veces hay más de una mosca en mis narices. No es por exagerar, pero tambien hay mucho, mucho calor.

Finalmente, el camino empieza a bajar de la montaña en unas cuestas pronunciadas y veo Galisteo, mi meta de hoy en la parte de abajo de las cuestas. Tengo hambre y me duelen los pies hasta "decir ya está bueno". No acabo de entender porqué a medida que me acerco a Galisteo, con el calor, mis pies reventados, mis moscas y mi hambre, no veo su famosa muralla, hecha de cantos rodados. La explicación viene algo más tarde en forma de señal explicativa: no estoy en Galisteo, realmente estoy atravesando Rio Lobos. Rio Lobos no tiene ni un bar abierto.

Con resignación cristiana, cruzo Rio Lobos y entro en una llanura inmensa. No tengo ni la más remota idea de donde está Galisteo. Toda la llanura, que fue una zona de colonización durante el franquismo, está plantada de tabaco y millo. De vez en cuando, enormes naves para el secado del tabaco. A mi lado, gandulea un rebaño enorme de ovejas. Si tuviera otro humor, le vería lo bonito. En medio de la nada, está la ermita de ¡Nuestra Señora de la Argamasa!. No tengo humor ni para acercarme a verla. En medio de un descampado, un matrimonio mayor de peregrinos extranjeros componen una estampa idílica. Acaban de almorzar y se están marcando una siestita, acostados dulcemente en la hierba. Cuando repita esta peregrinación, dentro de muchos años, quiero que sea así. Llegando, ahora si, a Galisteo, cruzando enormes llanos sembrados con enormes paneles solares que se orientan solos hacia el sol, crujiendo y haciendo un ruido estremecedor, me dan unos vahídos que me hacen creer que no llegaré a la pequeña ciudad de Galisteo. Un poco antes, cruzo sobre el famosísimo río Jerte, en medio de un grupo de olmos precioso. Justo en la puertade la ciudad, en una rotonda, que está plantada ¡de alfalfa! me encuentro con un hombre que la está segando para los animales. Le digo que debe ser la rotonda más práctica de todo España, pero el hombre no le ve la gracia. La cuestecita que lleva a la muralla de Galisteo, que es efectivamente una maravilla, me parece como si subiera mismamente a Los Pelados.

Galisteo está dormido bajo el calor de la tarde y yo, sentado en la plaza mayor, me bebo más de una botella de agua. Busco el albergue que está cruzando toda la ciudad y, desgraciadamente, bajando otra cuesta similar por el otro lado. A pesar del cansancio y todo lo demás, me quedo maravillado por el casco de Galisteo. El albergue es estupendo y la hospitalera, que lo tiene en concesión administrativa dada por el Ayuntamiento es superamable. Cuando me quito los tenis, hay una conmoción entre los peregrinos que ya están llegando o han llegado antes que yo. Por lo visto mis pies están bastante horribles de ver. Aqui están Pete, Manolo, Vito y la romántica pareja de franceses, que además hablan perfectamente el español. Hay una guiri enferma que pretende dormir con su perro en la habitación y eso no le gusta nada a la hospitalera (ni a mi).


Duchado y en cholas, subo de nuevo al casco de Grimaldo y compro provisiones para el día siguiente y nos damos un homenaje de cerveza fresquita en los bares de la plaza. Para comprar hay una venta de ultramarinos carísima con una vieja gruñona. La costumbre de Peter, como la mayoría de los extrajeros de comprar, por ejemplo un plátano, una mandarina o una manzana, no le  hace ninguna gracia. En la plaza hay un montón de paisanos jugando a la baraja. Se me olvida el dolor y estoy feliz feliz de haber llegado a mi destino. Cenamos en un bar al ladito del albergue y con Manolo y Vito, echamos unas risas. De nuevo en el albergue, dándome todas las cremas que me ofrecen los peregrinos, la hospitalera me trae de regalo unas botas nuevas y sin usar de su hijo, pero como tienen un refuerzo metálico interior, no me atrevo a ponermelas. No tengo ni idea de lo que va a pasar mañana, pero para motivarme más, la tele avisa que va a llover.

viernes, 12 de abril de 2013

12 de octubre: Casar de Cáceres-Cañaveral (34,4 km)

El despertar en los albergues multitudinarios siempre es molesto. Todo el mundo hace voluntaria o involuntariamente mucho ruido. Hay olores más que sospechosos por las mañanas y además, ayer, con sus gotitas de agua hizo que todo el mundo extendiera sus pertenencias por todas las superficies posibles para que se secaran en la medida de lo posible.

Tunteneando, me acerco a la ventanita balcón que da a la oscura plaza aún de Casar de Cáceres para recoger mis botas. Como no están alli, sin darle mayor importancia, empiezo a buscarlas en el interior del albergue creyendo que alguien las resguardó de la lluvia, pero no es así. Le pregunto a todos los peregrinos, pero entre que muchos ya están saliendo al camino precipitadamente y otros no las tienen, sigo sin encontrarlas. Con mis cholas de goma, bajo a la plaza a ver si se cayeron durante la noche y tampoco. Subo, bajo, entro, salgo...no se cuantas veces, pero las botas no están en ningún sitio y me empiezo a preocupar. De todo lo que uno lleva cuando hace el camino, lo más importante es sin lugar a dudas, las botas. Sin rendirme y muerto de frío reviso todas las papeleras de la plaza, los contenedores de las calles cercanas porque me parece imposible que alguien haya cogido esas botas a no ser por hacerme una putada. Me tomo un café muerto de frío y la chica de la cafetería-churrería ya me explica que no tendría nada de raro que algún colgado las haya cogido y las haya tirado. Yo me las imagino, tan sucias, tan baqueteadas, tan apestosas y me parece imposible que alguien haya echado mano de mis botitas. Las usé hace dos años para caminar desde Saint Jean Pied de Port hasta Fisterra y en muchas ocasiones en Tenerife después de aquella fecha. El caso es que amanece y los peregrinos ya se fueron y mis botas no están.

Me amarga pensar en que me tengo que quedar un día en este pueblo, que ahora me parece horrendo, sin hacer nada porque hoy es día del Pilar y está todo cerrado. Aunque fuese en guagua a Cáceres y buscara, todo está hoy completamente cerrado. Hay también una emergencia que transmite el camino y que te obliga a zumbarte a caminar desde que amanece. Buscaré lo que sea, pero no vuelvo a dormir hoy en Casar.

La chica de la churrrería me dice que hay unos chinos al comienzo de la ciudad, y que, como chinos que son, seguro que abren el día del Pilar y el Jueves Santo y lo que se les ponga por delante. Manolo el sevillano no puede caminar hoy porque tiene tendinitis, así que va a coger la guagua más tarde y me acompaña durante horas hasta que abren los chinos. Lamentablemente, entre la mucha metralla de la nave de los chinos, solo hay babuchas y chancletas, peores que las que yo tengo puestas ahora mismo, y que son las que me sirven para ducharme en los albergues. En una tienda de sourvenirs fantástica, donde solo se venden exquisiteces maravillosas me dicen que al lado hay una ferretería cuyos dueños viven arriba. Me dice que le toque y le cuente el caso, pero mi verguenza canaria me lo prohibe y durante horas, hago guardia en la puerta para no molestar siendo como es, día de fiesta.

La ferretería Covi no abre ni a tiros y animado por Manolito (que de apellido es casualmente Otero), tocamos en la puerta. Contar por un portero automático en un día de fiesta que "eres un peregrino al que anoche le robaron las botas y no quiero perder el día, y si usted me hiciera el favor...", no es facil, pero la dueña de la ferretería se endemonia con los vándalos que se llevaron mi calzado y baja rápidamente y me abre la tienda. Ella es supergraciosa. Una mujer de armas tomar. Ahora creo que tienen varias tiendas pero empezaron como ambulantes y odia que la gente se porte asi de mal. Es muy religiosa y después de venderme unos tenis y calcetines, me pide que rece por ellos y por España en Santiago. Yo de contento, les voy a rezar en casi todo el camino. Me despido de Manolo y con cinco o seis horas de retraso, al peso del sol, me lanzo al árido camino que me tiene que llevar hoy a Cañaveral, uniendo casi dos etapas en una. Por morrudo, claro.

Hoy voy a cruzar el segundo gran río de mi peregrinación: el Tajo. Concretamente lo voy a cruzar sobre el pantano de Alcántara y, como iluso, voy buscando el pantando desde que salgo de Casar. El camino es una inmensa cañada, que cruza decenas de explotaciones ganaderas, miles de ovejas y vacas que ven pasar a este peregrino que empezó a caminar tan tarde hoy. Contínuamente en este tramo hay que abrir y cerrar portillos que contienen al ganado y el paisaje está lleno de enormes piedras graníticas redondas. Hay lejos unas nubes blancas y apretadas, como las que quedan después de un día de lluvia. Se me quita la pena de esta mañana brincando en mis tenis blancos como si fuese bajando con la Virgen de El Socorro. Por esta zona, la Vía de la Plata conserva muchos miliarios romanos preciosos.

Finalmente, abajo, abajo aparece el pantano de Alcántara. Lo malo es que también me encuentro con el trazado del AVE que va a Lisboa y que por aqui, es  un espectáculo penso. Casi llegando al nivel del agua, me encuentro una pobre vaca perdida. Yo me asusto de ella y ella de mi. Los dos nos replegamos a los taludes del caminito que acaba fusionandose a la N-630. Prácticamente no pasa ni un coche por ella. Para cruzar sobre el agua, hay que hacerlo sobre dos ríos que se encuentran aqui: el Almonte y el Tajo. A mi esto me da un vértigo terrible. Me da la impresión de que en estas soledades, sin nadie a la vista y a metros y metros sobre el agua estática, nada impedirá que se me cruce un cable y me tire. El truco está en no ir por el arcén, sino por el asfalto, dejando la barrera metálica y otra protección más entre el desrriscadero aunque algún coche toque la pita. Además, llamo a mis compadres y me pongo a hablar como un loro.

Entre el agua sobresale una torre, la del Castillo de los Floripes. Antes de hacer el embalse, la Vía de la Plata pasaba por el fondo del valle, cruzando un antiguo puente romano que se desmontó en ese momento. Alrededor de ese puente estaba la población de Alconetar, que desapareció bajo las aguas del pantano. Ahora en la orilla del pantano hay ¡un club naútico! pero que ahora mismo está cerrado igual que el albergue para peregrinos, unico refugio en estas soledades. A mi no me importa porque mi parada va a ser Cañaveral, pero muchos del grupo de anoche, que querían dormir aqui, habrán tenido que continuar hasta el siguiente. Superado el Tajo, el camino vuelve a subir a la meseta para continuar al norte. A estas alturas del día, estoy completamente reventado. Muy a lo lejos se ve una ladera, casi con aspecto volcánico donde parece que está Cañaveral, pero el camino se me hace interminable. En muchos puntos, las obras del AVE se cruzan con la Vía, interrumpiendola y distorsionándola. Debo tener un aspecto cómico, yo solito, avanzando por el tremendo desmonte de más de cien metros de ancho y kilómetros hacia adelante y atrás, en este día del Pilar en el que no hay ni un operario en las obras. En las afueras de Cañaveral, hay mucho ganado vacuno, aqui negro y con cuernos largos, pero manso. La orientación del sol y las montañas me dan además la certeza de que he dado una especie de rodeo, seguramente porque la Via de la Plata se desplazaba en el pasado hacia el oeste, buscando el mejor vado para el Tajo, justo donde ahora está el embalse de Alcántara.

Para entrar en Cañaveral hay que cruzar un vallecito por donde pasa un arroyo. Ahi empiezo a notar que los tenis que tan alegremente me compré esta mañana, tienen una suela finiiita. Mis pies están molidos como carne de hamburguesa. A duras penas subo la cuesta de San Benito, con su fuente y busco habitación en el primer lugar que encuentro: el Hostal Málaga. Descalzarme fue horrible.

Después de ducharme y ponerme las cholas de nuevo, salgo a ver Cañaveral. A pesar del cansancio y de lo antipático que resulta el dueño del Hostal Málaga, tengo que decir que Cañaveral es un sitio pequeño pero señorial y con magníficas casas. Hay un par de sitios de copas que para ser un lugar tan apartado y despoblado, están muy animados. Estoy tan cansado y mis pies duelen tanto que decido compensarlo con una buena cena. En la mesa de al lado, Vito y Manolo cenan con la familia del primero que ha venido a verlo desde Sevilla. A Manolo lo trajo su madre desde Casar en coche.

Me duermo en un más que ruidoso Hostal Málaga. Está lleno de gente que mañana van de caza.


miércoles, 10 de abril de 2013

11 de octubre. Valdesalor-Casar de Cáceres (24,9 km)

La salida de Valdesalor es fría y oscura. Tan oscura, que me perdí un par de veces. El macrobar de gasolinera (de nombre Tuareg y estilo la que tenemos en Los Roques de Fasnia pero sin tantas cotas de diseño kitch) que vi ayer y que creí que me iba a permitir desayunar está cerrado asi que tiro por la cuesta que me va a llevar al Puerto de Las Camellas con la barriguita fría. El camino se pierde en tantos sitios que prefiero esperar a que amanezca para no dar tumbos. José Carlos Mesa me compró una linterna de "veo" pero no nos vimos y la linterna se quedó en Güímar.

Voy contento porque voy a cruzar Cáceres, que una de las pocas ciudades de esta via que conozco con anterioridad. Cáceres, que es también de fundación romana (se llamaba Castra Caecilia) es una ciudad fabulosa, bien conservada y donde se come muy, muy bien. Además, voy a mandar una segunda remesa de cosas por correo, concretamente las camisetas de algodón que han resultado un coñazo una vez que me compré las modernas camisetas técnicas fluorescentes. Sin embargo, no dormiré en Cáceres, que está a solo 11,8 kilómetros de mi punto de partida, Valdesalor.

En lo alto del Puerto de Las Camellas, ya se puede ver al fondo la ciudad de Cáceres a la que se llega por una antigua cañada de ganado. La entrada a una ciudad tan bonita desde la Vía de La Plata es horrenda. Los campos y corrales de ganado se van convirtiendo en un polígono industrial, con sus talleres y su rollo típico. Justo saliendo del polígono industrial, un cacereño mayor, muy animoso me dice "buen camino" y yo le respondo "¡Gracias!", pero me coje por la palabra y me mete una conferencia sobre el camino que te mueres. Me pregunta si me podía acompañar porque estaba haciendo ejercicio. El puto cacereño va caminando como un tiro y me lleva con la lengua fuera, con mi mochila. Cruzamos una parte de la ciudad moderna, con grandes edificios, hospitales, colegios y demás que no tiene nada que ver con el Cáceres de plaza mayor e iglesias que yo conozco. Me acompaña a correos y me hace cruzar la ciudad maravillosa por atajos sin ver el casco antiguo. Me dice que me apure porque va a llover y no me abandona hablando de su infarto y otros males hasta que me deposita en la salida de Cáceres por su otro extremo. Como no me apetecía compartir el desayuno con él, me doy cuenta de que vuelvo a estar en las afueras de Caceres con la barriga vacía y sin haber visto nada de la hermosísima ciudad. Vaya éxito.

Camino por fin solito por la carretera de Casar de Cáceres que tiene un tráfico tremendo. El camino hacia Casar no tiene mucho interés. En esas ocasiones, a uno se le va la cabeza y va pensando en cosas que no tienen nada en común. Puede ser la crisis, las bolsas de agua o lo pesado y amable que fue el pobre cacereño de esta mañana. Si uno no fuese solo caminando, este es el momento de pelear con sus compañeros. Justo al llegar a Casar, empieza a llover. El olor a ovejas y vacas es tremendo y eso me pone de buen humor. Casar está todo más o menos alineado alrededor de una calle mayor rectilínea y no es especialmente bonito. Tampoco lo es su albergue que huele fuertemente ¡a la famosa torta de Casar!. No es que hagan el queso en el propio albergue, pero creo que cada noche, varios peregrinos lo compran para llevarlo de recuerdo, con lo cual siempre hay un stock de torta de Casar en el albergue de Casar. La misma gente que te apunta en el libro del albergue tienen un bar, que se llama Majuca,  donde se puede comer y cenar. El  bar Majuca tiene una decoración que puedes partirte de la risa. Me da mucha risa porque son ceremoniosos y te traen carte y todo eso. Para los españoles está bien, pero para los guiris, que al final van a pedir bocadillos o alguna cosa disparatada para comer, es una pérdida de tiempo. Pasa toda la tarde con un chipi chipi y no puedo inspeccionar mucho esta ciudad, pero encuentro una biblioteca con acceso a internet por fin y que me permite escribir. Todos los alrededores de Casar están llenos de enormes granjas de vacas y ovejas. Yo he comido torta en Tenerife, se corta la leche usando flores como se hace en Gran Canaria con el queso de flor. Una vez la compramos en un viaje por estas tierras y cuando la abrimos en Güímar creimos que se había podrido de la peste que tiene, faltó nada para que la tiraramos. Otra vez me la compró Leo y la disfruté más. Es buena aunque apestosa.



Hay muuucha gente en el albergue de Casar. Entre otros, están Vito y Manolo, los dos sevillanos y Pete el holandés cagapeos. Todos repiten que vamos a entrar en una zona que durante varios días nos hará cruzar una parte especialmente solitaria y sin servicios de Extremadura. Tenemos el chip de ir avituallados y hasta yo, con lo desorganizado que soy para eso, compro algunas cosas en el supermercado por si mañana tardo en encontrar donde comer. Es incómodo dormir con tanta gente. Nos molestamos aunque no queramos. Con el ruido de los jóvenes en la plaza, los toques de la campana del Ayuntamiento, me viene el sueño y pongo mis botitas en la ventana para disponerme a dormir. Se fragua esta noche mi "tragedia" de este Camino de Santiago sin yo saberlo. Mañana cuento más.

martes, 9 de abril de 2013

10 de Octubre: Alcuéscar-Valdesalor (26,5 km.)

10 de Octubre: Alcuéscar-Valdesalor.

Me levanto prácticamente de noche. Tengo que buscar un cajero automático antes de lanzarme de nuevo al camino. Si hace dos años, en el Camino Francés, el problema fue mi pérdida de documentación, tarejetas y casi todo, en este lo dificil está siendo encontrar oficinas de bancos en estos lugares tan pequeños. Sin embargo, Alcuéscar si que tiene. Está en lo alto de la ciudad, trepando por unas callejas estrechitas que acaban en el castillo. El pueblo está como resacado de la fiesta. Toda la calle está tan absolutamente llena de basuras, de envoltorios de golosinas, de latas de refrescos, etc, como lo podría estar cualquiera de los nuestros al día siguiente de una noche de verbena. Inevitablemente me quedo pensando en si el Concejal de Fiestas de Alcuéscar pidió la limpieza especial para la mañana de hoy.

Los del bar, que han sido muy amables al dejarme dejar mi mochila en el mismo, todo el rato que busqué el banco, me sirven un café y leche absolutamente hirviendo y me lanzo al camino. La jornada de hoy, que acabará en Valdesalor es prácticamente toda en cuesta abajo. Toda la salida de Alcuéscar, entre campos y granjas está envuelta en una niebla que va saliendo poco a poco de la tierra mojada.

La primera estación del día será Casas de Don Antonio. Nadie está seguro si el origen de Casas de Don Antonio es también una mansio romana. Una de esos edificios donde los caminantes de la Vía de la Plata reponían fuerzas casa veintitantos kilómetros, podían cambiar de caballerías y todo eso. Ahora mismo, Casas de Don Antonio es un pueblo chiquitito casi sin servicios. A su salida me senté bajo un árbol que no conseguí identificar con unas infrutescencias rarísimas y que está plantado en un parque donde hay una  muy bonita aunque demasiado repintada. Huele a cochinos un montón, Casas de Don Antonio.

Al salir del pueblo, avanzando un poco si que me encontré de nuevo un miliario espectacular. Este se llama el Miliario del Correo porque con los siglos, se le practicó un hueco en la piedra donde se depositaban las cartas para los vecinos. Todo el tiempo, la carretera nacional con su estruendo va a mi derecha. Por momentos, viajo con Pete o solo.

A unos quince kilómetros sin café, ni bocadillo, ni cerveza ni nada llego, desmayado a Aldea del Cano. Es un pueblo pequeño que tiene una extraña particularidad. Los de aqui, todos los años se traen una encina de los alrededores que haya muerto por un rayo o algo asi, pero no una encina cualquiera....la que tienen ahora es descomunal y cuesta creer que se trate de un árbol real. Allí la tienen muchos meses entre el quince de agosto, que es la fiesta de la Virgen y la tienen hasta la Nochebuena, cuando le dan fuego. A la encina se le llama "El Tuero" y me explicó todo el rollo un trabajador del Ayuntamiento muy amable.

Por fin en Aldea del Cano encuentro donde comer. Lo que tiene la peninsula es eso. Te matas para encontrarlo, pero luego es una virguería. Bocadillo de lomo de ibérico con pimientos. Todos los parroquianos del bar juegan a las cartas mirándome de reojo. Estoy negro como un tizo después de quince días caminando.

Casi todo el siguiente tramo lo hice cotorreando por teléfono. Crucé un aerodormo con sus avionetas y todo, medio acojonado, mientras hablaba con mi comadre. No es extravagancia, es que la Vía de la Plata cruza el aerodromo. A lo lejos, se va viendo Valdesalor, que como todos los fines de etapa, se resiste y se resiste. Valdesalor es un lugar rarísimo, al menos para un canario. El pueblo se creó durante el franquismo partiendo de la nada. Todoe n él es nuevo y armónico. Muchos pueblos como este se crearon en el Plan Badajoz para intentar solucionar el problema de absoluta miseria de estas comarcas. Plantaban tabaco, maíz y algodón, las cosas que su tierra permitía en regadíos de nueva creación, pero al integrarnos en la Unión Europea, como otras tantas agriculturas protegidas, todo esto desapareció.



El albergue de Valdesalor está sin abrir y las instalaciones municipales son malas. Me quedó en un piso que alquila una señora, habitación por habitación para estos menesteres. Está limpísimo y tiene cocina y lavadero. Yo comodos veces en una especie de merendero a la salida del pueblo un poco estilo américa. La chica que lo atiende es encantadora. Me da tiempo de vagabundear por los alrededores y ver un puente antiguo, una caseta de observación de aves migratorias y la plaza del Ayuntamiento, que parece las que nos dibujaban en los libros de texto del franquismo, precisamente. Casi no me duermo en Valdesalor, pero no por el ruido (aunque se oyen vacas a lo lejos todo el tiempo) sino porque bajo mi ventana hay una tertulia de doñas que me hace reir a carcajadas en mi cama. Lo mismo te hablan de las famosas, que del tiempo, que del ganado. Hay una que es la bomba, es la reina de la tertulia.

jueves, 15 de noviembre de 2012

9 de octubre. Mérida-Alcuéscar

Como siempre que me quedo en un albergue con mucha gente, madrugo mucho para salir de Mérida. La gente se revuelve inquieta en sus sacos de dormir, abren y cierran miles de cremalleras, doblan cosas, entran, salen, encienden linternas...y uno acaba por, desquiciado, lanzarse al camino aunque sea de noche. Por suerte, la noche antes había estudiado la salida de la ciudad. Muchas veces es más frecuente perderse saliendo de una ciudad que caminando a oscuras por un bosque.

Sin salir de la ciudad de Mérida, me tropiezo con el fantástico acueducto de los Milagros con tanta "suerte" que una urgencia intestinal me obliga a una parada que, en cuclillas,  permite la observación detallada del monumento. El  planeamiento tan detallado de la construcción de esta ciudad, hace más de dos mil años, me sigue dejando impresionado.

La salida de Mérida por la Vía de la Plata tiene en sus primeros kilómetros restos de tumbas romanas. Los pobres romanos creían que si la gente recordaba tu nombre, no te morías del todo y por eso colocaban sus tumbas, en todos los modelos, a ambos lados de las carreteras principales, de manera que los que circulaban leyeran las incripciones funerarias y de alguna manera, se perpetuara su recuerdo. Entre las tumbas encuentro también una urbanización moderna donde, ¡por fin! hay una cafetería estupenda que me permite no caminar sin desayunar como Dios manda. Poco a poco la ciudad va desapareciendo y después de un error que me hace caminar un kilómetro totalmente por gusto, me encuentro en el campo. Por si fuera poco, a unos seis kilómetros de Mérida me encuentro un monumento romano más, igual de impresionante que todo lo que vi ayer. A esta distancia, aquella gente construyó una enorme presa para recoger parte del agua que la ciudad necesitaba. La presa ahora recibe el nombre cursi de Embalse de Proserpina, que no es el original. Sigue funcionando y de hecho, tiene un buen nivel de agua incluso ahora, al final del verano. Ya no se usa para agua de consumo, sino que es un área recreativa, con playas, botes para navegar y pesca. Me quedo rato embelesado al sol viendo la maravilla de este embalse, sus conducciones subterráneas que conducían a la ciudad, las torres por donde se accedía a las válvulas de apertura y cierre y todas esas virguerías.

Desde la presa, el camino va ascendiendo y se mete en una dehesa aunque un poco más árida que las que he visto hasta ahora. Un poco después, se llega a Carrascalejo que es un pueblo pequeño que casi no tiene ni donde coger agua. Por el camino, adelanto y me adelantan y vuelvo a adelantar y me adelantan ellos a mi, a dos amigos sevillanos que van haciendo el camino desde su ciudad. Van diciendo algo de los minipuntos. Bastante más allá de Carrascalejo se llega a Aljucén. En Aljucén si que hay donde parar y tomar algo. Me tomo unas CocaColas y hablo con los viejos del bar que me dicen que hace un rato paró en el mismo un matrimonio de Tenerife, pero que van en coche. Los viejos de los bares no dicen ni pio hasta que lo miran a uno de arriba a abajo y hacen un análisis detallado. En realidad, están fritos por ponerse a alegar con alguien. En Aljucén hay un albergue con baños termales y me entero que la guiri vegetariana que conocí en Torremejía está metida en las termas con su hermana. Como no las vi en Mérida y no me adelantaron por el camino, está claro que la mentirosa esta, que el día en que nos conocimos me dijo que había hecho cuarenta kilómetros, se está moviendo en guagua o lo que es peor, en taxi. Vaya mentirosa.

Al llegar a Aljucén, no se porqué, yo me había hecho a la idea de que estaba acabando. ¡Fósforos! Tuve que caminar aún durante horas por un monte cerrado, que además es un espacio natural protegido. Al principio se avanza por la vega del río Aljucén, hay ganado y álamos en la orilla, pero al momento se convierte en un senderito serpenteante y casi siempre en cuesta arriba. Hace tanto calor que me pongo a caminar sin camiseta. Hay vacas y cochinos sueltos por todos lados. El camino va siempre en medio de pares de mojones que marcan lo que se llama el Cordel del Gato o también el Cordel de Mérida que es el camino por el que pueden pasar los ganados en su movimiento anual desde Castilla hasta Extremadura. Aunque ahora eso ya casi no se hace, el derecho a circular por aqui, que les dió Alfonso X El Sabio a los pastores transhumantes, se sigue respetando. Hasta en los sitios más perdidos, en medio de estas montañas y montes, sigue habiendo restos de los romanos, pequeños puentes, piedras miliarias o restos de la vía.

Se me secó la risa subiendo y subiendo en busca de Alcúescar, que no aparecía. Yo miraba al GPS del androide a ver si me consolaba, pero la verdad es que la distancia es enorme. Gasté el agua y no tenía nada que comer, pero es que tampoco encontré ningún pueblo ni a otro peregrino. En un punto que no está especialmente señalado, salí de la provincia de Badajoz y entré en la de Cáceres. En el último pueblo en donde descansé, los del bar me aconsejaron que no durmiera en Alcuéscar, sino en un albergue privado que me evitaba dar un rodeo. Me dieron hasta una octavilla donde se explicaba que ir a Alcuéscar era "caminar por gusto". Yo pensé que realmente, por gusto, por gusto...lo que se dice por gusto, estaba yo haciendo todo el camino, así que decidí ir por el pueblo aunque representara dar un rodeo. Siempre será mejor dormir en un pueblo-pueblo que en un albergue en medio de la nada. Además, necesito buscar un cajero automático.

Una vez más, me equivoqué y seguí de largo en una desviación, así que tuve que retroceder. Alcúescar apenas se ve. Está en el costado de una montaña apartado del Camino. Cuando llegué estaba más muerto que vivo. El albergue de Alcúescar no es un albergue normal. Es un hospital de los Esclavos de María y de los Pobres donde viven personas mayores sin recursos, discapacitados sin familia y casos asi. Aunque uno a primera vista se embajona un poco, la cosa me dio mucho que pensar. Llegué a la conclusión de que me venía bien un poco de realidad después de tanto embutido ibérico, tanto hostal bien escogido y tanto turismo. Si uno se queda en uno de estos albergues, se tiene que adaptar a sus horarios, por educación debe comer con los demás peregrinos en el mismo albergue y oir misa. El alberguero, que se llama Angel, es una  persona que está aqui de manera voluntaria durante un mes, atendiendo a los peregrinos y limpiando la parte del edificio destinado a ellos, ¡sin recibir nada a cambio! Sabe un montón del Camino, no solo de la Vía de la Plata, sino también de los otros Caminos de Santiago. Él piensa que el espíritu de los peregrinos está desapareciendo y que lo que hay cada vez más, son turistas. Está convencido de que eso acabará con los albergues y otras muchas cosas maravillosas con que nos encontramos al caminar. Después de la ducha me voy a misa con unos cuantos viejitos y tres peregrinos más (entre los que está Pete, el holandés). Nos habían advertido de que el pueblo estaba en fiestas y de hecho, se oía la megafonía en una especie de concurso alli cerca. La homilía estuvo trufada de esos temas de los quioscos de San Pedro como "quiero rayos de sol, tumbado en la arena" o "ella quiere un pedazo, yo le digo que no, que no, que no, que se la doy entera". Una experiencia nueva para mi que disfruto de las dos partes. Me bendicen ¡por primera vez en el camino! En el Camino Francés, hace dos años, recibía esa bendición tan bonita de los peregrinos, que dice "Oh Dios, que  que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los caldeos", casi a diario y en todas sus formas. La cena fue muy sencillita tirando a pobre. Uno de los platos es lo que quedo ayer de una comida de la fiesta, pero es lo que comieron también todos los residentes en este centro. Despues de una vuelta por las calles más proximas al albergue me voy a la cama. Las atracciones de la fiesta son idénticas a las que hubiera habido en Tenerife: aqui están las paponas, Bob Esponja y Patricio lanzándose miradas de amor, una especie de chochona y toda esa metralla.

Dormí como un tronco a pesar de que por el patio interior al que daba mi habitación (por suerte, individual) no dejaron de oirse en toda la noche, las campanas del hospital llamando a todas las oraciones habidas y por haber.

martes, 6 de noviembre de 2012

8 de Octubre: Torremejía-Mérida

El trayecto de hoy es corto, solo unos dieciséis kilómetros para llegar a tiempo de ver la ciudad que es la joya de este viaje: Mérida.

La salida de Torremejía fue casi una escapada para no caminar de nuevo con Pete . Había desayuno en el estupendo albergue de Torremejía y eso siempre hace que uno se lance al camino con mejor humor. La primera mitad del camino de hoy, se hace casi al lado de una carretera, la N 630 y no es extraño. Tanto en este camino como en el Camino Francés, hace dos años, muchos trayectos se hacen sobre la carretera porque son realmente el sustituto del antiguo trayecto y siguen su trazado. A mitad del camino, unas necesidades fisiológicas me hacen parar bajo unos eucaliptos. Mis intestinos no se han querido sincronizar este año con los horarios de albergue y allá que me voy yo por los campos de España, dando lo mejor de mi.

Conforme uno avanza, se incorporan desde la izquierda y la derecha otras carreteras y también la vía de ferrocarril. Mérida es y fue siempre un punto donde todos los caminos se encontraban y se nota. Tras rebasar unas obras molestas que han desplazado el camino en gran parte y por unos campos de viñas y olivos, me vuelve a pillar Pete  y entramos juntos en la ciudad de Mérida.

La ciudad de Mérida la mandó a fundar el emperador Octavio Augusto, veinticinco años antes de que naciera Cristo. Una vez que tenía toda la península controlada, se desmovilizaron a los veteranos y para ellos se creó esta ciudad con todas las comodidades que el imperio podía proporcionar. Emérita Augusta no fue solo una ciudad hispana más sino que fue la capital de una de las partes en que se dividió la península, la Lusitania. Me parece increíble que justo hagamos entrada en la ciudad por el antiguo puente romano que tiene ya dos mil años viendo pasar las aguas del río Guadiana bajo sus arcos. El puente es gigantesco, tiene sesenta arcos y mide más de setecientos metros. Todas las orillas del río están ajardinadas, con árboles y praderas. En poco tiempo se llega al albergue, que es un antiguo molino y está a la orilla del río. Somos los primeros en llegar y nos hacemos la ilusión (ficticia) de que no habrá mucha gente durmiendo esta noche en Mérida. Tras la ducha, me lanzo cuando aún no es mediodía a ver la ciudad. No se como describir Mérida. A mi se me desencajó la boca. Aunque los edificios contemporáneos no están especialmente cuidados, es tanto, tanto el patrimonio romano que hay por todos lados que uno se va sintiendo abrumado. Lo primero que vi (sin contar con el puente) fueron unas pequeñas termas y casi no acabo de verlas, sin saber la monstruosidad que me quedaba por conocer. Todo el casco está salpicado con restos de lo que fueron termas, los dos foros de la ciudad, templos enormes y sobre todo, en su parte más alta, el anfiteatro, el circo y el teatro. Delante del teatro hay que sentarse para asimilar que ese edificio impresionante, que aún hoy en verano sirve para representaciones muy famosas, lleva de pie más de dos mil años. Realmente estos edificios magníficos estuvieron parcialmente entullados hasta el siglo XX que es cuando de verdad se organizan las primeras excavaciones. Además, aunque no lo vi esa tarde, la ciudad tiene otros puentes menores, al menos dos acueductos, Disfruté enormemente en Mérida yo solito viendo todo eso. También en la parte alta está el Museo Nacional de Arte Romano, pero como es lunes está cerrado. Un buen motivo para volver pronto a Mérida. Hay muchos edificios que están construídos sobre columnas, como un palafito, porque por debajo de ellos hay restos de casas, de calles u otras construcciones romanas.






Ya casi en la hora de cerrar me da tiempo de ver la iglesia de Santa Eulalia. Santa Eulalia fue una niña mártir que como todas las mártires pasó más que el forro de un catre. Lo extraordinario de su iglesia es que está construída sobre una casa romana, quizá la propia casa donde vivió la santa y que con el paso de los siglos, se fue sacralizando pasando por ser primero un cementerio y luego distintas iglesias. En una excavación relativamente reciente, se puso de manifiesto la casa, ¡que está bajo el suelo de la iglesia! y donde pueden verse las distintas partes de la misma, enterramientos, pozos, aljibes y todo mezclado. Es sencillamente alucinante. La ciudad al ponerse el sol está muy animada, sobre todo la zona del río. Hay mucha gente haciendo ejercicio en las riberas y en alguna isla que está en medio del cauce. Vuelan por todos lados los murciélagos mientas los patos y ocas se van enroscando entre los matorrales.

En Mérida aprovecho para comprar camisetas de esas que se secan rápido, algún calcetín y calzoncillo porque creo que he perdido alguno por esos mundos de Dios. También, como te digo una cosa te digo la otra, Mérida tiene probablemente los sourvenirs más casposos que yo haya visto: cualquier cosa mínimamente relacionada con los romanos y especialmente si es dorado, se vende aqui para llevarselo uno de recuerdo. Ya de noche y cansado de ver tanta maravilla, me voy al albergue que ¡horror! está tan lleno que hay gente durmiendo en el suelo.

Me duermo rápidamente pensando que solo por ver Mérida, valió la pena venir a este viaje. 

lunes, 15 de octubre de 2012

7 de octubre. Villafranca de Los Barros-Torremejía

Antes de salir de Villafranca busco por todos lados un sitio donde desayunar. Es increíble los pocos sitios que están abiertos antes de las ocho. Al final, hoy si encuentro, en un bar que parece una biblioteca porque cada feligrés está atento a su periódico y apenas saluda al entrar. Con un cafecito en el cuerpo, se lanza uno al camino con más entusiasmo. A la salida de Villafranca, me apaña Pete pero no tengo yo el cuerpo para peos y esfuerzos en hablar inglés, asi que me invento excusas para quedarme atrás.

En este trayecto, la Vía de la Plata es una raya prácticamente recta con un único paisaje durante más de veintisiete kilómetros: viñas y viñas y más viñas. Es como el mar, como además no hay prácticamente relieve, hasta donde da la vista solo se ven millones de cepas que ya están vendimiadas y que empiezan a cambiar de color.

A ratos, aparece alguna pequeña finca de olivos. Hoy, será porque es fiesta, hay mucha gente cogiendo aceitunas. Me explican luego, por la noche en Torremejía que se cogen las aceitunas de dos veces. Esto que están cogiendo ahora es el "verdeo" que se tiene que hacer a mano y por eso es más costoso. Luego se coge el resto, con máquinas cuando ya la aceituna está negra. Se ven por todos lados pick-ups con sus escaleras que tienen entre las patas una tela mosquitera para las aceitunas que caen al suelo y en muchos casos, remolques para cargar las olivas. Casi todos los que recogen son extranjeros.

Por el camino me adelanta un grupo de siete que van como ciscos. No llevan mochila y eso influye. Es divertido observar el ritmito de la gente cuando camina. Los hay apurados, que juntan un paso con otro y hasta arrastran un poquito la patita de tan acelerados. Hay otros que resoplan y apoyan el peso en un pie, antes de pasar al otro. Yo también tengo mi estilito. Apachorrado, por supuesto. En el grupo de los apurados va una canaria. Solo de paso se reconoce su acento. Luego me dijo que era gomera. Ellos están haciendo la Vía de la Plata por tramos. CAda año caminan una semana.

Es muy aburrido este tramo. De lejos se ve Almendralejo, que es una ciudad grande aunque sin mucho interés. No lo he dicho aún, pero el nombre de Vía de la Plata no tiene absolutamente nada que ver con la plata. El camino lo hicieron los romanos para unir Sevilla y Astorga y para ellos fue la unión de sus calzadas XXIII y XXIV. Cuando siglos después la península fue árabe, éstos le dieron el nombre de Al B'lata que en su idioma quería decir simplemente "El Camino". Después de que los reyes del norte desplazaran a los musulmanes, se prudujo la confusión entre las palabras quedando para siempre el nombre vinculado al del metal con el que no tiene nada que ver.

La llegada a Torremejía es bastante decepcionante. La ciudad es ínfima y además bastante fea. Por otra parte, Pete me está esperando a las puertas de Torremejía comiendose una manzana y yo estoy cansado y no me apetece hablar inglés. En las afueras de Torremejía hay una cooperativa en donde hay un montón de gente pesando en una báscula, como la que había en el Fielato, las aceitunas que han cogido hoy. De paso por la carretera que cruza el pueblo, hay un montón de bares horribles. Sin embargo, de uno, nos dan un grito para que no vayamos al albergue Roja Plata, que es donde decía el Pete que debíamos quedarnos. ¡Gracias a Dios! El otro albergue es un antiguo palacio de la familia Mexía, precioso y muy bien  restaurado, con mobiliario e iluminación moderna, el más bonito que he visto hasta ahora. Además, los albergues públicos siempre son más baratos y suelen incluir el desayuno.  El hospitalero es gilipollas, eso si. Cuando me siento delante de él para pagarle y que me selle la credencial, la silla que es de ruedas , se resbala y me caigo de culo al suelo con mochila y todo. Sin hacer ni el más mínimo gesto para ayudarme, me dice que ya se han caído un montón de personas. YO le digo si no será hora de irle quitando las rueditas a al jodida silla.

El palacio, que es barroco está pegado a una iglesia, que fue la capilla de los Mexía y hoy es la parroquia del pueblo. En la pared del palacio, empotrados como por chulería, los constructores pusieron unos bustos romanos. Es domingo y una vez que uno se ducha y lava la ropa del día, hay poco que hacer en Torremejía. En realidad, se aburre uno un poco en Torremejía. El holandés no para de hablar y a mi no me apetece hablar en inglés. Por suerte, llega una tercera peregrina, que es danesa y se enrollan a hablar. Al final, nos vamos los tres a cenar. Yo pongo el piloto automático y les digo que si a todo. Una de las veces, hablando de lo mal que se duerme cuando uno está tan cansado, ella me preguntó si usaba pastillas para dormir y yo, creyendo que me preguntaba si traía esterilla para debajo del saco le dije que no, "que la había cargado todo el CAmino Francés para no usarla y que por eso esta vez no la había traído". Ella se quedó como pensando en cuanto pesaban las pastillas para dormir en España.



Lo más divertido es que en el interior del bar jugaban un partido el REal Madrid y el Barcelona. En un bar estaban los aficionados al Madrid y en el de enfrente, los del otro equipo. Era divertidísimo. Me hubiera gustado que me gustara el fútbol para meterme alli a gritar. Intenté hacerles una foto, pero me pareció que me iban a ver y no les haría gracia. La guiri solo cenó ensalada y nosotros comimos secreto ibérico. Cuando ya habíamos cenado, vino en guagua desde Sevilla la hermana de la guiri, que es igual de flaca y de "saboría" que la que ya teníamos aqui.

6 de octubre. Zafra-Villafranca de los Barros

Desde tempranito se levantaron los ciclistas que dormían en el albergue de la Puebla de Sancho Pérez y con el ruido, yo con ellos. El albergue, que definitivamente esta estupendo, incluye desayuno.

Salgo el primero del albergue después de despedirme de Noelia, la hospitalera y de los ciclistas. Debo caminar hacia atrás como un kilómetro hasta encontrar realmente la Vía de la Plata, en el punto en que la dejé ayer para ir al albergue. Voy tan contento que voy silbando. Huele a estiércol y a tierra. La contentura se me va quitando cuando me doy cuenta de que una vez en la Vía de la Plata, ésta me lleva derechito de nuevo a la puerta del albergue. Rogando que no salgan los ciclistas en ese momento, me escabullo hacia la Puebla de Sancho Pérez, donde no hay ni un alma en la calle.

En todo este viaje, echo de menos el cafecito una vez que empiezo a caminar, que era tan fácil de encontrar en el Camino Francés y aquí, por lo visto, totalmente imposible. En cosa de una hora, estoy en Zafra, a donde vine ayer en taxi a la Feria de Ganadería. Después de unas vueltas de despiste por la ciudad, encuentro el camino correcto, que sale de la ciudad por una antigua torre, la de San Francisco, que es el último resto de un enorme convento que hubo en la zona. El camino sube por unos chalecitos con el típico repertorio de atrabancos de mal gusto como enanos, aguilas con las alas abiertas y burritos que en la albarda llevan macetas. Se sube por aqui a una pequeña sierra que se cruza sin problemas y llego al pueblo con el nombre más extravagante del viaje: Los Santos de Maimona. ¡A saber de dónde salió el topónimo!

En Los Santos encuentro por fin café en un bar estupendo. Un camarero con cara de baifo, de esos camareros espídicos que son imposibles de localizar en Canarias, que te preguntan lo que quieres cuando aún estás entrando, me hace un bocadillo de lomo-lomo...o sea, no de lomo adobado, sino lomo de la carnicería. Me cuenta el chico de la crisis y dice que se va a hacer una casa en el corralón de la casa de su madre. Me suena la historia. Saliendo de Los Santos, una vespa no arranca y en una radio suena Delilah de Tom Jones. Todo tiene un aire relajado como El Socorro un sábado por la mañana tempranito. Aquí, ya la gente te empieza a avisar si te equivocas de dirección como ocurría en el Camino Francés. En el camino, se ven menos dehesas y comienzan a aparecer muchas viñas. También hay menos ganado en estos días.

Después de unos quince kilómetros más, llego a Villafranca de los Barros. Villafranca tiene muchos inmigrantes y dos albergues de los que escojo uno al azar. El albergue es una casa normal con literas, pero muy cómoda y donde uno se encuentra como en su casa. Hay dos peregrinos más: Pete, que tiene sesenta y siete años y es un experto en los distintos caminos que van a Santiago (los ha hecho casi todos junto a su mujer y algunos, varias veces) y Jean Pierre, que viene caminando desde ¡Bélgica! Empezó a caminar en el mes de mayo, cruzó Francia y llegó por el Camino Francés hasta Astorga. Ahí empezó a bajar y piensa llegar, en sentido contrario al nuestro, hasta Gibraltar. Para gustos, colores. Pierre es un caballero, pero se tira peos sin aviso previo como la cosa más natural del mundo.



Después de una cena con Pierre, que es holandés y no habla ni una palabra de español (y yo con mi inglés basura) me voy a la cama porque estoy fundido.

jueves, 11 de octubre de 2012

5 de octubre. Valencia del Ventoso-Zafra

Para salir de Valencia de Ventoso, el camino comienza justamente en el hotel del hombre herniado. Hay mucho ruido desde temprano porque es día de mercado y rápidamente, crucé el pueblo en busca del cajero automático para salir al camino. En la fuente que está al ladito del hotel, la gente llena garrafas de agua porque es buenísima. Yo mismo lleno mi botella.

De nuevo en el campo me meto rápidamente en un paisaje mezcla de pastos abiertos y dehesas. Hay animales, pero menos que los últimos días. Los cochinos van escaseando y cada vez hay más ganado vacuno.

No se cuántos lomos y cuántos valles crucé durante la mañana. Tenía mucha hambre y de nuevo hacía mucho calor. Es difícil encontrar dónde desayunar a la hora en que salgo de los pueblos y sin embargo, caminar con el estómago vacío es garantía de que las cosas no irán bien. Todo el tiempo se oyen bramar las vacas entre las encinas. "Los ojos se me saltaban" buscando el primer pueblo por donde iba a pasar, Medina de la Torres que apareció en un momento en el que yo ya estaba bastante embajonado.

Medina es un pueblo bonito y limpio en cuya plaza me senté un rato a tomar resuello. Es increíble "la peste" que puede salir de uno mismo (¡otra ventaja de viajar solo!) Sentado en un banco de la plaza, esperando a secarme el sudor para entrar en un bar estaba más triste que otra cosa. En eso, pasaron dos chicos y me preguntaron que qué tal el camino. Cruzamos unas frases y me invitaron a tomar algo en la casa. Sorprendido, dije que sí. Uno de ellos hizo una gestión en el Ayuntamiento y luego fuimos a su casa, que era una enorme casa que estaba restaurando hacía algunos años, después de que dejara la vida de Madrid y se fuese a la casa de sus abuelos. Les dije con franqueza que era la primera vez en los dos caminos en la que alguien me invitaba a su propia casa, tomamos un café bien bueno y hablamos de la crisis, de la sequía, del camino y de cosas así. También me aclararon que la feria de Zafra, con la que me voy a encontrar esta noche, y que más bien me da ganas de evitar, no es una fiesta-fiesta, sino una feria de ganado, cosa que me entusiasma. De como entré a la casa a como salí, fue como el blanco y el negro. Pudo haber sido el café, pero hablar con la gente es siempre más tonificante que la cafeína. Debo buscar la manera de mandarle algo desde Tenerife cuando vuelva a esos muchachos porque aunque entonces no lo sabía, a partir de aquí, el camino se vuelve más amable y disfruto de verdad caminando. 

Al salir de Medina de las Torres, se encuentra uno con lo amarillo que se ve desde los aviones al cruzar la península. Ni un árbol, solo llanos y llanos ahora secos donde pastan algunos animales. Yo, muy animoso, me lanzo por la carretera en busca de Zafra, mi destino para esa noche. Unos kilómetros más adelante, una pareja en un furgón, con mucha educación, me dicen que "perdone", pero que voy equivocado. Me subí al furgón y en unos minutos, vuelvo a estar en Medina de las Torres para ir ahora si, por el camino correcto.

El camino desde Medina a Zafra tiene unos hitos para seguir la Vía de la Plata que veo aquí por primera vez, pero que me acompañarán en todo lo que esté cruzando la Comunidad Autónoma de Extremadura. El mojón es muy práctico, explica cuándo estamos sobre la antigua vía y cuándo se trata de un camino más moderno, habilitado para los peregrinos. Ya con la ciudad de Zafra a la vista, me encuentro un albergue en un antiguo convento y sin dudarlo, me alojo en él. Tal y como suponía, los albergues dentro de Zafra están a tope con la feria de ganado. El albergue está en un pueblo prácticamente pegado a Zafra que se llama la Puebla de Sancho Pérez y es facil y barato ir en taxi desde allí a Zafra. En el propio albergue hay una plaza de toros pequeñita, que aseguran es la más antigua del país. El edificio es muy bonito, con un claustro donde hay macetas y jazmines y una ermita que se abre por las tardes. La hospitalera se llama Noelia y trabajó y vivió en Adeje.

Con Nino el taxista, que te viene a buscar al albergue y que alega como un loro, me voy para la feria. Aunque había oído hablar de la Feria de Ganadería de Zafra, incluso, entonces lo recordé, venía en los calendarios del Zaragozano, que antes se colgaban con un hilito de bala en todas las bodegas para ver las lunas, nunca creí que fuese algo de ese tamaño. El recinto ferial es como otra ciudad al lado de la ciudad. Hay un pabellón por cada una de las especies ganaderas. El vacuno y los caballos es algo que dejan a uno con la boca abierta. Además, por supuesto hay veinte mil casetas para comer y beber, puestos de artículos del campo (como Nicomedes, pero a lo bestia), embutidos, vinos, quesos, pimentón, corcho y cualquier cosa que uno se pueda imaginar relacionada con el campo de esta parte del país. La gente realmente compra y vende el ganado en esta feria, que se organiza de manera ininterrumpida desde hace más de quinientos años. Dura cinco días y la visita más de un millón de personas. Ponerse en la puerta a ver el estilismo de los que vienen también tiene su punto. Los ventorrillos, aunque estamos en Extremadura, solo ponen música andaluza y me comí unos calamares atormentado por las moscas y por las coplas rocieras.


La ciudad de Zafra en sí misma, también es estupenda. Pertenecía a los Duques de Feria y espero que esa gente horrible ya no tenga ninguna relación con todo esto. En el taxi que regreso, que es un "pirata" que trabaja solo para la fiesta y que conduce una mujer guapa y bruta, con piercing en los labios, me entero de algunas cosas más de la feria. Cuando llego al albergue, la ropa que sequé en la lavadora está toda seca, que es una de esas simples cosas que a  uno lo hacen enormemente feliz sin que tenga mucha explicación.