domingo, 21 de abril de 2013

14 de octubre. Galisteo-Oliva de Plasencia (30 km.)

Mis pies están cada día peor. Noto que en la planta empieza a crecer algo parecido a una megabolsa de agua. Por suerte, podemos desayunar en el albergue de Galisteo. La hospitalera es estupenda. La noche antes, nos dejó todo preparado: café, leche, bollería y pan. En la mayoría de los albergues, aunque haya que pagar unos euros y los productos sean convencionales, merece tomar este desayuno si uno no quiere pasarse casi todo el día en ayunas buscando donde comer. Una vez más, me doy cuenta de las diferencias entre la Vía de la Plata y el Camino Francés.

El paso que me permiten mis pies hace que todos los peregrinos se me adelanten como tiros. La idea es llegar hoy a Oliva de Plasencia. Oliva no está exactamente en la Vía de la Plata, pero no hay más remedio que desviarse del camino unos seis kilómetros si uno quiere encontrar donde dormir por esta comarca. Pasito a pasito, salgo de Galisteo casi convencido de que no voy a poder llegar a la lejana Oliva. Tengo que entrar a preguntar en una gasolinera y solo de pensar en cruzar su aparcamiento, me da pena de mi mismo. El dolor es tan fuerte que voy escalofriado todo.

El paisaje es precioso. La carrretera va todo el tiempo al lado del río Jerte, cubierto por enormes árboles de una sombra tan profunda, que llega a dar frío a esta hora de la mañana. Me doy cuenta de como ha cambiado el tiempo en estos casi veinte días de camino, no solo por la entrada en el invierno, sino por el avance hacia el norte de la península. Hay mucho ganado a los dos lados del camino. Entretenido con todo esto, me olvido del dolor de los pies y llego a Aldehuela del Jerte. En contraste con el paisaje de los últimos días, este valle del Jerte es un vergel: hay muchas fincas de millo, prados, secaderos de tabaco y en general muchos cultivos de regadío. Aldehuela es casi nada, hay un bar sin embargo y falta poco para que abra. Decido esperar aunque se que hoy voy en la retaguardia del grupo de peregrinos. El bar finalmente abre y hay que esperar a que se caliente la cafetera. Me adormilo en las sillitas de plástico por fuera y acabo desayunando por segunda vez un bocadillo estupendo y un café de verdad. Al intentar volver a caminar después de casi una hora parado, veo las estrellas.



Después de Aldehuela, viene Carcaboso. En Carcaboso hay un montón de antiguos miliarios de la Vía de la Plata, que aqui han sido colocados en la plaza. Son maravillosos y tienen incluso inscripciones en latín. Cada cosa de estas que he visto,me da un subidón tremendo. Aqui comienza a llover y me encuentro a los franceses que duermen esta noche en Carcaboso. Así quisiera ir yo, a poquito a poco. Desde Carcaboso, el camino es precioso: se trata de una dehesa, pero a diferencia de las primeras que vi en Huelva y Badajoz, esta ya está llena de hierba. Todo el tiempo voy al lado de un muro de piedra y hay mucha información sobre la Vía. De hecho, el hecho de que el camino actual vaya sobre una especie de loma, no tiene otra explicación sino que vamos sobre la auténtica vía romana. Hay muchísimas vacas y toros muy mansos que salen corriendo desde que me ven. Hay que tener cuidado porque con su propio susto, si se pone uno delante, pueden tumbarte. Embelesado con la dehesa, tan bonita y tan rica, llego a Venta Quemada, que es solo un edificio en donde debo dejar la Vía de la Plata para acercarme a Oliva de Plasencia. A lo largo de la carretera, hay más granjas de vacas, pero en plan "ricachón", son caserones preciosos que a esta hora de la tarde parecen ideales para meterse dentro a cenar.

Oliva no se ve hasta que prácticamente llega uno al pueblo. Es chiquitita y solo tiene unos trescientos habitantes. Detrás de él, hay una enorme ladera y tras esa ladera, la ciudad de Plasencia que no veré. Jesús Escudero se va a enfadar porque su madre es de aqui y ha hecho una dura campaña para que la vea. Cuando uno está caminando, resulta imposible ver las ciudades de las cercanías a no ser que pare un día para hacerlo. A pesar de que se dice en muchos textos, la Vía de la Plata no pasa por la ciudad de Plasencia. Sin embargo, el nacimiento y auge de esta ciudad, hizo que a partir de su fundación, los viajeros la usaran como escala descartando el Valle de Ambroz desde ese momento. El albergue de Oliva de Plasencia es sencillamente maravilloso. Ya están aqui los sevillanos Manolo y Vito y también Pete que me aplauden al verme llegar, renqueando. ¡El fuego de la chimenea está encendido! y toda la casa es una construcción típica, muy bien restaurada. La hospitalera habla como un loro, se llama Mónica, pero es encantadora y prepara la cena que, aunque sencilla, es muy de agradecer. Hay camas y baños de sobra, todo está recientemente restaurado y muy limpio. Hay varias habitaciones y no es necesario compartirlas con muchas personas. Apenas puedo mantenerme de pie en la ducha y para afeitarme tengo que sentarme porque los pies son una auténtica carroña. No me muevo de mi silla en toda la noche porque no puedo ni tenerme en pie. Creyendo que la estampa de mis pies ante el fuego de la chimenea era idílica, la subo a facebook y al momento, mis contactos desde Tenerife, me dicen que los tengo hinchados como un monstruo. Fue a pesar de todo una velada magnífica. Con los pies destrozados y todo, duermo como un animalito de Dios.







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