miércoles, 10 de abril de 2013

11 de octubre. Valdesalor-Casar de Cáceres (24,9 km)

La salida de Valdesalor es fría y oscura. Tan oscura, que me perdí un par de veces. El macrobar de gasolinera (de nombre Tuareg y estilo la que tenemos en Los Roques de Fasnia pero sin tantas cotas de diseño kitch) que vi ayer y que creí que me iba a permitir desayunar está cerrado asi que tiro por la cuesta que me va a llevar al Puerto de Las Camellas con la barriguita fría. El camino se pierde en tantos sitios que prefiero esperar a que amanezca para no dar tumbos. José Carlos Mesa me compró una linterna de "veo" pero no nos vimos y la linterna se quedó en Güímar.

Voy contento porque voy a cruzar Cáceres, que una de las pocas ciudades de esta via que conozco con anterioridad. Cáceres, que es también de fundación romana (se llamaba Castra Caecilia) es una ciudad fabulosa, bien conservada y donde se come muy, muy bien. Además, voy a mandar una segunda remesa de cosas por correo, concretamente las camisetas de algodón que han resultado un coñazo una vez que me compré las modernas camisetas técnicas fluorescentes. Sin embargo, no dormiré en Cáceres, que está a solo 11,8 kilómetros de mi punto de partida, Valdesalor.

En lo alto del Puerto de Las Camellas, ya se puede ver al fondo la ciudad de Cáceres a la que se llega por una antigua cañada de ganado. La entrada a una ciudad tan bonita desde la Vía de La Plata es horrenda. Los campos y corrales de ganado se van convirtiendo en un polígono industrial, con sus talleres y su rollo típico. Justo saliendo del polígono industrial, un cacereño mayor, muy animoso me dice "buen camino" y yo le respondo "¡Gracias!", pero me coje por la palabra y me mete una conferencia sobre el camino que te mueres. Me pregunta si me podía acompañar porque estaba haciendo ejercicio. El puto cacereño va caminando como un tiro y me lleva con la lengua fuera, con mi mochila. Cruzamos una parte de la ciudad moderna, con grandes edificios, hospitales, colegios y demás que no tiene nada que ver con el Cáceres de plaza mayor e iglesias que yo conozco. Me acompaña a correos y me hace cruzar la ciudad maravillosa por atajos sin ver el casco antiguo. Me dice que me apure porque va a llover y no me abandona hablando de su infarto y otros males hasta que me deposita en la salida de Cáceres por su otro extremo. Como no me apetecía compartir el desayuno con él, me doy cuenta de que vuelvo a estar en las afueras de Caceres con la barriga vacía y sin haber visto nada de la hermosísima ciudad. Vaya éxito.

Camino por fin solito por la carretera de Casar de Cáceres que tiene un tráfico tremendo. El camino hacia Casar no tiene mucho interés. En esas ocasiones, a uno se le va la cabeza y va pensando en cosas que no tienen nada en común. Puede ser la crisis, las bolsas de agua o lo pesado y amable que fue el pobre cacereño de esta mañana. Si uno no fuese solo caminando, este es el momento de pelear con sus compañeros. Justo al llegar a Casar, empieza a llover. El olor a ovejas y vacas es tremendo y eso me pone de buen humor. Casar está todo más o menos alineado alrededor de una calle mayor rectilínea y no es especialmente bonito. Tampoco lo es su albergue que huele fuertemente ¡a la famosa torta de Casar!. No es que hagan el queso en el propio albergue, pero creo que cada noche, varios peregrinos lo compran para llevarlo de recuerdo, con lo cual siempre hay un stock de torta de Casar en el albergue de Casar. La misma gente que te apunta en el libro del albergue tienen un bar, que se llama Majuca,  donde se puede comer y cenar. El  bar Majuca tiene una decoración que puedes partirte de la risa. Me da mucha risa porque son ceremoniosos y te traen carte y todo eso. Para los españoles está bien, pero para los guiris, que al final van a pedir bocadillos o alguna cosa disparatada para comer, es una pérdida de tiempo. Pasa toda la tarde con un chipi chipi y no puedo inspeccionar mucho esta ciudad, pero encuentro una biblioteca con acceso a internet por fin y que me permite escribir. Todos los alrededores de Casar están llenos de enormes granjas de vacas y ovejas. Yo he comido torta en Tenerife, se corta la leche usando flores como se hace en Gran Canaria con el queso de flor. Una vez la compramos en un viaje por estas tierras y cuando la abrimos en Güímar creimos que se había podrido de la peste que tiene, faltó nada para que la tiraramos. Otra vez me la compró Leo y la disfruté más. Es buena aunque apestosa.



Hay muuucha gente en el albergue de Casar. Entre otros, están Vito y Manolo, los dos sevillanos y Pete el holandés cagapeos. Todos repiten que vamos a entrar en una zona que durante varios días nos hará cruzar una parte especialmente solitaria y sin servicios de Extremadura. Tenemos el chip de ir avituallados y hasta yo, con lo desorganizado que soy para eso, compro algunas cosas en el supermercado por si mañana tardo en encontrar donde comer. Es incómodo dormir con tanta gente. Nos molestamos aunque no queramos. Con el ruido de los jóvenes en la plaza, los toques de la campana del Ayuntamiento, me viene el sueño y pongo mis botitas en la ventana para disponerme a dormir. Se fragua esta noche mi "tragedia" de este Camino de Santiago sin yo saberlo. Mañana cuento más.

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