viernes, 12 de abril de 2013

12 de octubre: Casar de Cáceres-Cañaveral (34,4 km)

El despertar en los albergues multitudinarios siempre es molesto. Todo el mundo hace voluntaria o involuntariamente mucho ruido. Hay olores más que sospechosos por las mañanas y además, ayer, con sus gotitas de agua hizo que todo el mundo extendiera sus pertenencias por todas las superficies posibles para que se secaran en la medida de lo posible.

Tunteneando, me acerco a la ventanita balcón que da a la oscura plaza aún de Casar de Cáceres para recoger mis botas. Como no están alli, sin darle mayor importancia, empiezo a buscarlas en el interior del albergue creyendo que alguien las resguardó de la lluvia, pero no es así. Le pregunto a todos los peregrinos, pero entre que muchos ya están saliendo al camino precipitadamente y otros no las tienen, sigo sin encontrarlas. Con mis cholas de goma, bajo a la plaza a ver si se cayeron durante la noche y tampoco. Subo, bajo, entro, salgo...no se cuantas veces, pero las botas no están en ningún sitio y me empiezo a preocupar. De todo lo que uno lleva cuando hace el camino, lo más importante es sin lugar a dudas, las botas. Sin rendirme y muerto de frío reviso todas las papeleras de la plaza, los contenedores de las calles cercanas porque me parece imposible que alguien haya cogido esas botas a no ser por hacerme una putada. Me tomo un café muerto de frío y la chica de la cafetería-churrería ya me explica que no tendría nada de raro que algún colgado las haya cogido y las haya tirado. Yo me las imagino, tan sucias, tan baqueteadas, tan apestosas y me parece imposible que alguien haya echado mano de mis botitas. Las usé hace dos años para caminar desde Saint Jean Pied de Port hasta Fisterra y en muchas ocasiones en Tenerife después de aquella fecha. El caso es que amanece y los peregrinos ya se fueron y mis botas no están.

Me amarga pensar en que me tengo que quedar un día en este pueblo, que ahora me parece horrendo, sin hacer nada porque hoy es día del Pilar y está todo cerrado. Aunque fuese en guagua a Cáceres y buscara, todo está hoy completamente cerrado. Hay también una emergencia que transmite el camino y que te obliga a zumbarte a caminar desde que amanece. Buscaré lo que sea, pero no vuelvo a dormir hoy en Casar.

La chica de la churrrería me dice que hay unos chinos al comienzo de la ciudad, y que, como chinos que son, seguro que abren el día del Pilar y el Jueves Santo y lo que se les ponga por delante. Manolo el sevillano no puede caminar hoy porque tiene tendinitis, así que va a coger la guagua más tarde y me acompaña durante horas hasta que abren los chinos. Lamentablemente, entre la mucha metralla de la nave de los chinos, solo hay babuchas y chancletas, peores que las que yo tengo puestas ahora mismo, y que son las que me sirven para ducharme en los albergues. En una tienda de sourvenirs fantástica, donde solo se venden exquisiteces maravillosas me dicen que al lado hay una ferretería cuyos dueños viven arriba. Me dice que le toque y le cuente el caso, pero mi verguenza canaria me lo prohibe y durante horas, hago guardia en la puerta para no molestar siendo como es, día de fiesta.

La ferretería Covi no abre ni a tiros y animado por Manolito (que de apellido es casualmente Otero), tocamos en la puerta. Contar por un portero automático en un día de fiesta que "eres un peregrino al que anoche le robaron las botas y no quiero perder el día, y si usted me hiciera el favor...", no es facil, pero la dueña de la ferretería se endemonia con los vándalos que se llevaron mi calzado y baja rápidamente y me abre la tienda. Ella es supergraciosa. Una mujer de armas tomar. Ahora creo que tienen varias tiendas pero empezaron como ambulantes y odia que la gente se porte asi de mal. Es muy religiosa y después de venderme unos tenis y calcetines, me pide que rece por ellos y por España en Santiago. Yo de contento, les voy a rezar en casi todo el camino. Me despido de Manolo y con cinco o seis horas de retraso, al peso del sol, me lanzo al árido camino que me tiene que llevar hoy a Cañaveral, uniendo casi dos etapas en una. Por morrudo, claro.

Hoy voy a cruzar el segundo gran río de mi peregrinación: el Tajo. Concretamente lo voy a cruzar sobre el pantano de Alcántara y, como iluso, voy buscando el pantando desde que salgo de Casar. El camino es una inmensa cañada, que cruza decenas de explotaciones ganaderas, miles de ovejas y vacas que ven pasar a este peregrino que empezó a caminar tan tarde hoy. Contínuamente en este tramo hay que abrir y cerrar portillos que contienen al ganado y el paisaje está lleno de enormes piedras graníticas redondas. Hay lejos unas nubes blancas y apretadas, como las que quedan después de un día de lluvia. Se me quita la pena de esta mañana brincando en mis tenis blancos como si fuese bajando con la Virgen de El Socorro. Por esta zona, la Vía de la Plata conserva muchos miliarios romanos preciosos.

Finalmente, abajo, abajo aparece el pantano de Alcántara. Lo malo es que también me encuentro con el trazado del AVE que va a Lisboa y que por aqui, es  un espectáculo penso. Casi llegando al nivel del agua, me encuentro una pobre vaca perdida. Yo me asusto de ella y ella de mi. Los dos nos replegamos a los taludes del caminito que acaba fusionandose a la N-630. Prácticamente no pasa ni un coche por ella. Para cruzar sobre el agua, hay que hacerlo sobre dos ríos que se encuentran aqui: el Almonte y el Tajo. A mi esto me da un vértigo terrible. Me da la impresión de que en estas soledades, sin nadie a la vista y a metros y metros sobre el agua estática, nada impedirá que se me cruce un cable y me tire. El truco está en no ir por el arcén, sino por el asfalto, dejando la barrera metálica y otra protección más entre el desrriscadero aunque algún coche toque la pita. Además, llamo a mis compadres y me pongo a hablar como un loro.

Entre el agua sobresale una torre, la del Castillo de los Floripes. Antes de hacer el embalse, la Vía de la Plata pasaba por el fondo del valle, cruzando un antiguo puente romano que se desmontó en ese momento. Alrededor de ese puente estaba la población de Alconetar, que desapareció bajo las aguas del pantano. Ahora en la orilla del pantano hay ¡un club naútico! pero que ahora mismo está cerrado igual que el albergue para peregrinos, unico refugio en estas soledades. A mi no me importa porque mi parada va a ser Cañaveral, pero muchos del grupo de anoche, que querían dormir aqui, habrán tenido que continuar hasta el siguiente. Superado el Tajo, el camino vuelve a subir a la meseta para continuar al norte. A estas alturas del día, estoy completamente reventado. Muy a lo lejos se ve una ladera, casi con aspecto volcánico donde parece que está Cañaveral, pero el camino se me hace interminable. En muchos puntos, las obras del AVE se cruzan con la Vía, interrumpiendola y distorsionándola. Debo tener un aspecto cómico, yo solito, avanzando por el tremendo desmonte de más de cien metros de ancho y kilómetros hacia adelante y atrás, en este día del Pilar en el que no hay ni un operario en las obras. En las afueras de Cañaveral, hay mucho ganado vacuno, aqui negro y con cuernos largos, pero manso. La orientación del sol y las montañas me dan además la certeza de que he dado una especie de rodeo, seguramente porque la Via de la Plata se desplazaba en el pasado hacia el oeste, buscando el mejor vado para el Tajo, justo donde ahora está el embalse de Alcántara.

Para entrar en Cañaveral hay que cruzar un vallecito por donde pasa un arroyo. Ahi empiezo a notar que los tenis que tan alegremente me compré esta mañana, tienen una suela finiiita. Mis pies están molidos como carne de hamburguesa. A duras penas subo la cuesta de San Benito, con su fuente y busco habitación en el primer lugar que encuentro: el Hostal Málaga. Descalzarme fue horrible.

Después de ducharme y ponerme las cholas de nuevo, salgo a ver Cañaveral. A pesar del cansancio y de lo antipático que resulta el dueño del Hostal Málaga, tengo que decir que Cañaveral es un sitio pequeño pero señorial y con magníficas casas. Hay un par de sitios de copas que para ser un lugar tan apartado y despoblado, están muy animados. Estoy tan cansado y mis pies duelen tanto que decido compensarlo con una buena cena. En la mesa de al lado, Vito y Manolo cenan con la familia del primero que ha venido a verlo desde Sevilla. A Manolo lo trajo su madre desde Casar en coche.

Me duermo en un más que ruidoso Hostal Málaga. Está lleno de gente que mañana van de caza.


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