martes, 7 de mayo de 2013

16 de octubre. Hervás-Fuenterrobles de Salvatierra. Entrada en Castilla León. (37,7 km.)

Nada nuevo en la salida de Hervás. Dolor en los pies hasta decir "ya está bueno". Espero poder volver alguna vez a esta sorprendente y bonita ciudad, y si puedo, me quedaré en el fabuloso albergue de peregrinos que tan bien me ha acogido esta noche. Su habitación individual, su agüita caliente, las zonas comunes, el propio hospitalero...todo ha sido fantástico. Por cierto, Carlos se cogió un rebote bien justificado porque los peregrinos, en su afán por madrugar, se han puesto a trafegar en la cocina para prepararse su propio desayuno. Él nos había advertido que vendría con pan fresco y todo lo necesario para el desayuno y no le ha gustado nada que algunos anduvieran en su preciosa cocinita, que más bien parece una cafetería elegante.

Salgo de la ciudad con Pete por una carreteria descendente que conduce de nuevo a la Vía de la Plata. Todos los alrededores de Hervás están llenos de carpinterías de todos los tamaños. Hay un comercio de muebles muy importante aqui. Por supuesto, en los pies llevo las cholas y calcetines, uno de cada color. Si me encuentro a alguien de Güímar, me tendré que cambiar de acera. Por todas partes huele a membrillos.

La mañana está preciosa y desde que nos situamos de nuevo en la Vía de la Plata, vamos ascendiendo. Como en otros puntos de los caminos, vamos a llegar a un puerto de montaña que sirve a la vez de límite entre provincias, salgo de Cáceres y entro en Salamanca, y también de comunidad autónoma. En este caso, el corredor de Béjar supone además un fresco respiro, boscoso, húmedo y arbolado, antes de entrar en las llanuras castellanas donde se acabarán las dehesas que vengo recorriendo hace casi veinte días. A lo lejos, hay un embalse enorme. Entramos en la ciudad, más bien es un pueblo, de Baños de Montemayor. Desde la época de los romanos, este ha sido un punto donde las personas han venido a aprovechar sus aguas curativas. La calzada, preciosa, está restaurada y aunque uno sabe que no es el pavimento de los viejos romanos, es muy bonito recorrerla. Aparecen robles, un árbol que hasta ahora no había visto y que sé que me acompañará hasta la ciudad de Santiago (si es que llego).

Tras un café riquísimo en Baños, en una cafetería en la que, no bien abro la puerta y doy los buenos días, ya saben que soy de Tenerife, seguimos subiendo loma arriba bajo los árboles y en un paisaje totalmente verde incluso en este final de verano. La autopista que ayer seguí durante más de diez kilómetros, cruza ahora sobre mi cabeza. En el punto más alto del puerto de montaña, dejo atrás a Cáceres y sus dehesas para entrar, sin mucha pompa, en la provincia de Salamanca. Hacia el este, algo retirado de la Vía, está Béjar, del que tanto he oído hablar. Me hago el loco para dejar que el holandés adelante porque me apetece caminar solo. Solo y con mis chanclas.

Pasado el cerro que remata el puerto de Béjar, el camino se convierte en un paseo delicioso, descendente y en zig zag, bajo un techo de castañeros y robles. El camino ya está lleno de castañas y, claro, me acuerdo de Güímar y de la fiesta de finados, que ya está a la vuelta de la esquina. En el fondo del vallecito hay un río precioso, lleno de arboleda y con un nombre rarísimo. Se llama el río Cuerpo de Hombre.Hay varios miliarios en esta zona.

Al salir del valle donde está el río, se llega a Calzada de Béjar que es un pueblo muy bonito con una arquitectura muy interesante. Hay balconadas corridas y se soportan con sillares de piedras. A pesar de su aspecto algo caótico y como si todas las casas se estuvieran derrumbando, es limpio y acogedor. Eso si, el cabrón del bar no es nada acogedor y como está cerrando, no me da opción a tomar nada a pesar de que desayuné en Hervás hace muchas horas y aún me quedan más de veinte kilómetros que hacer hoy por una zona totalmente desértica. En Calzada de Béjar se queda Pierre el holandés al que no le conviene llegar a Salamanca, el final de su tramo, antes del día convenido o sea, que no lo volveré a ver. Me desea mucha suerte y sigo para adelante.

Solo dos pequeños pueblos están en el camiho hacia Fuenterrobles: Valverde de Valdelacasa (cágate con el nombrecito) y Valdelacasa. El primero es pequeñito y el segundo algo mayor. En ninguno encuentro nada que comprar para comer y sigo como un tiro. En Valdelacasa, un grupo que sale a dar un paseo en una tarde preciosa, me aconseja no ir por la Vía, sino por la carretera. Yo les pregunto si encontraré muchos coches y se parten de risa. Efectivamente hasta Fuenterrobles, a lo largo de unos ocho kilómetros solo veo un tractor que está transportando purines.

Por fin, reventado como una pita, pero con los pies en bastante buen estado llego a Fuenterroble de Salvatierra. Salamanca total. Todo es llano como una pandereta. Fuenterroble es un pueblo algo desolado, de calles muy anchas y con dos iglesias más que notables. Viven en él unos doscientos cincuenta vecinos.
Lo más famoso de Fuenterroble es...¡el cura! El padre Blas lleva montones de años aqui y ha reforzado mucho la parada en el pueblo hasta el pnto de que los peregrinos que duermen aqui, hoy somos unos diez, son fundamentales para las ventitas que el pueblo. El padre Blas ha hecho de todo, incluso toréo unos novillos para sacar dinero para restaurar la iglesia del pueblo. Como es la principal atracción del pueblo, hay que ir a misa. Al enfriarse los pies empieza otro cantar.  A rastras, con Vito y Manolo, la pelirroja que durmió ayer en Hervás, me voy a misa y el cura me resulta medio plasta con sus jueguecitos con los niños de catequesis. Sin embargo, luego en su casa, en una maravillosa cena que preparan unos voluntarios excéntricos y medio hippies que viven aqui, Blas se revela como una persona extraordinaria, con unos conocimientos sobre la Vía de la Plata realmente enormes y muy buen conversador, con más de cura obrero que de sacerdote de  pompa y ritual. Cenamos una crema de verduras, embutidos (buenos, Guijuelo está aqui mismo) y una sopa de pescado maravillosa. El menú no pegaba mucho, pero yo comí de todo y varias veces de cada uno de los platos. Por quedarse en su casa-albergue, que es muy acogedora y está llena de detalles medio kitch, no hay que pagar nada, solo dejar si uno lo cree conveniente, un donativo por la mañana. Hay fuego en el hogar y el vino acaba  animando mucho al grupo de peregrinos donde se unen un guiri colorado y como de sesenta años, Sally y su amiga, dos enfermeras sexagenarias inglesas geniales (Sally es igual a Carol Burnett). Me lo paso de miedo en esta cena, pero la pelirroja coge una borrachera de lo más absurda. En Fuenterrobles están despidiéndose del verano, dentro de nada, bajarán a "bajo cero" e incluso llegarán a los -12º durante muchas semanas (espero estar en Güímar cuando eso). Uno de los hombres que se han instalado aqui, no como peregrinos, sino como huéspedes en la extraña tribu del padre Blas estuvo viviendo en Lanzarote y se enamoró de una conejera. Ahora va por las mañanas, con unos burros a buscar leña y espera que pase el invierno para seguir su viaje no se sabe muy bien a donde.

Por cierto, la pelirroja tuvo un golpe buenísimo. Tenía unas sales para las patitas hinchadas y preparó una palangana donde metió sus pies un buen rato (los pies que todos los peregrinos llevamos de aquella manera). Cuando ya llevaba un rato y a la vista de mis patitas, que tienen consternado a todo el grupo, me ofreció el baño de sales ¡pero en la misma bañera y con el mismo agua en que los había metido ella! ¡la muy gedionda! Y encima me animaba a que lo hiciera rápido porque el agua se enfriaba. Casi no escapo de esa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario