miércoles, 22 de mayo de 2013

18 de octubre. San Pedro de Rozados-Salamanca (23,9 km. ¡y en coche!)

Durante toda la noche, no paró de llover sobre San Pedro de Rozados. Los toros de lidia que he visto por el camino en estos campos de Salamanca deben estar nadando ya. Aqui, el verano ha sido muy seco y, como en Canarias, están deseando que llueva abundantemente.

Ayer tuve que romper de nuevo varias bolsas de agua nuevas en la planta de los pies. No entiendo que es lo que está pasando en este viaje. En el Camino Francés, no tuve ampollas ni una sola vez a pesar de que iba estrenando mis flamantes botas nuevas. Ya desde algunas horas antes de despertar, el dolor de los pies me hace entresalir de mis sueños.

Los peregrinos parten en diferentes direcciones. Las enfermeras inglesas piensan pasar por Morille, que es realmente dar un rodeo, pero piensan que asi no estarán todo el tiempo bajo la lluvia. El guiri grande y los dos sevillanos, Vito y Manolo, bajarán a Salamanca por la carretera como les ha aconsejado Carmen. Realmente ir por la carretera en este tramo es seguir más fielmente la Vía de la Plata, que en gran parte del recorrido, discurre bajo ella.

Yo, con mi pachorra recojo y me desayuno porque es imposible para mi dar ni un paso. Carmen me recoje en su Renault y nos vamos charlando sobre la Vía, los robos en ella y todo eso cruzando los campos inundados de agua. Efectivamente, Carmen me certifica que todo el ganado que he visto en este viaje no tiene cuadras. Realmente son razas perfectamente adaptadas a la climatología y soportan incluso las heladas y duras nevadas que llegarán dentro de poco. A un par de kilómetros, adelantamos a los peregrinos, con sus chubasqueros plásticos y toda la parafernalia apropiada.

Salamanca se ve preciosa al llegar. Árboles, edificios antiguos, ríos...lo que siempre me llama la antención cuando salgo de las islas. Carmen me deja en unas rotondas modernas, justo al lado del Tormes, donde está el puente en el que está el Lazarillo con su ciego tiesto. Para joderla más, ni siquiera tengo paraguas. Por suerte, el albergue de peregrinos no está lejos, justo al lado del jardín de Calixto y Melibea que tanto me gustó hace algunos años cuando estuve en esta magnífica ciudad. A pasitos milimétricos, sintiendo como perros mordiéndome en la planta del pie, voy ascendiendo la cuesta empedrada hasta la trasera de la Catedral. Llueve y llevo los tenis pérfidos que me han hecho daño, pero no tardo en llegar a la puerta del albergue de peregrinos que está ¡cerrado! Por lo que dice un cartel en la puerta, están fumigando y recomienda el alojamiento en un albergue juvenil algo más lejos. A poquito a poco busco el albergue que aún está cerrado aunque me dejan depositar la mochila. Algo más aliviado, me voy sin mochila a Decathon de Salamanca que está obviamente donde el diablo perdió los calzones. Cuando me bajo de la guagua, en un barrio moderno de una Salamanca que no tiene nada que ver con la del casco histórico, no se por donde diablos está Decathlon y llueve bastante otra vez. Como en cualquier barrio moderno, las manzanas de casa son enormes y no hay donde refugiarse, así que no hay más remedio que seguir mojándome buscando los colores de Decathlon. Por fin lo encuentro y me lanzo dentro a comprarme las tan ansiadas botas, que resultan ser exactamente del mismo modelo que las que algún cabrón me robó hace seis días en Casar de Cáceres. Ya que estamos compro algunas cosillas más. Ponerme las botas, que pesan un quintal, es un placer tan grande como descalzarme en La Tejita en un día de verano.

De vuelta al Albergue Juvenil, duchado, desayunado y tumbado en la cama, las cosas se ven de otro color. En cualquier caso el ambiente en uno de estos alojamientos no tiene nada que ver con los de peregrinos. La gente apenas se saluda y hay mucho ruido como de adolescentes en excursión de fin de curso. Antes de aguantar esto, prefiero el suplicio de seguir caminando por las preciosísimas calles de Salamanca, eso si, solo bajo los soportales, porque el día sigue lluvioso y frío. En la tienda de unos chinitos me compro un paraguas y en un bar de al lado, me doy un buen homenaje de vino, embutidos y el delicioso farinato mientras veo por la ventana una manifestación, con más padres que alumnos, protestando por el precio de las tasas universitarias. Los pubs están a reventar de  universitarios disfrazados celebrando a San Lucas, el patrón de los médicos. Entre entristecido y reventado, vuelvo a mi cama donde duermo medio regular por el trasiego de chiquillos que se van de marcha. Antes de dormir, con toda la satisfacción del mundo, deposito en la papelera a los odiados tenis blancos que me compré en Casar. Que alegría me dió, verlos alli entre la basura. Los abandoné, a pesar de ser nuevos, "como se abandonan los zapatos viejos"

http://www.youtube.com/watch?v=qahBeZB1g54

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