viernes, 10 de mayo de 2013

17 de octubre. Fuenterrobles de Salvatierra-San Pedro de Rozados (28,6 km.)

La hospitalidad del padre Blas en su refugio de peregrinos de Fuenterrobles continua por la mañana. Hay un desayuno muy rico tras el cual nos vamos despidiendo los peregrinos de los que habitualmente se estan quedando alli.

A la salida de Fuenterrobles me adelantan todos, incluso Sally y su amiga que me miran dar pasitos chiquitos con conmiseración. Llega un momento en que las pierdo de vista. La etapa de hoy, que no es corta, no tiene absolutamente ni una población entre el punto de partida y el de llegada. No habrá donde ni siquiera reponer agua y si no me equivoco, ni una piedra donde poner el culo.

Hay casi diez kilómetros en línea recta desde Fuenterrobles por una cañada que atraviesa muchas vaquerías. Salamanca total. Esta mañana salí superabrigado. A esta fecha ya hace frío en estos llanos, pero al caminar, hay que ir suprimiendo ropa. Como otros días, a medida que me acerco a la hora y media caminando el dolor horrible de los pies, dentro de las horribles chanclas, va desapareciendo. Llego incluso a adelantar a algunos de los otros peregrinos. Los bosques de castañeros que crucé ayer, parecen ahora un espejismo. El paisaje es totalmente plano y apenas hay árboles. Solo praderas inmensas, ahora secas y campos de cereal.

A unos quince kilómetros de Fuenterrobles está el Pico de Las Dueñas. Es muy nombrado entre quienes cruzan esta parte de la Vía de la Plata. Es apenas de la altura de la Montaña Grande de Güímar, pero aqui, en estas llanadas, es de lo más llamativo. La Via no subía originalmente a la montaña, claro. Los romanos no estaban tan pirados, pero el padre Blas Rodríguez, en su empeño en difundir esta comarca, colocó hace años en su cúspide una grandísima cruz de Santiago. Aunque la montaña en si misma no es grande, si que la cruz está colocada en el punto de más altitud de la Via y aproximadamente a la mitad de distancia entre Sevilla y Santiago. Yo, que ya comienzo a notar la prisa por llegar a Compostela, me noto atrasado, yendo aún por la mitad del trayecto. En principio pensaba acabar el cinco de noviembre, unos cuarenta días después de empezar en Huelva, pero comienzo a dudarlo.

Me costó una barbaridad subir a la mierdita de montaña esta. El camino va todo el tiempo por la ladera y por lo tanto, la mayor parte de mi peso se apoya solo en el pie derecho, con el que veo las estrellas. Me encuentro agotado y tengo que parar a tomar chocolate y me duermo debajo de unos robles achaparrados por el viento, que en lo alto de la montaña es fuerte. De hecho, es tal la ventolera, que toda la cima de Las Dueñas está llena de aerogeneradores con su ruido inquietante. Me duelen tanto los pies, hace tanto viento y esto está tan solitario que sinceramente, me estoy poniendo triste. Todo el tiempo voy tarareando la canción Salamanca Campera, de Farina, que a mi tanto me gusta

http://www.youtube.com/watch?v=1ZZmk8lW42w

Si me costó subir a la Montaña de las Dueñas, eso no fue nada comparado con bajar. La cuestita que lleva a la base, no es de tierra, sino de piedras con aristas. Las cholas se viran a cada paso para donde quieren y de hecho, me caigo un par de veces. Doy más lástima que otra cosa. Por suerte, al pie del Pico de las Dueñas, el camino va paralelo a una carretera y en lugar de ir por las irregularidades de la tierra, voy por el arcén. Es un paisaje tan solitario que creo que es imposible encontrar nada igual en ninguna de las islitas donde vivo. Hay algunos toros y vacas de raza brava en las fincas del camino y su estampa es fantástica. Esta es la comarca más rica en ganado de Salamanca. Cada recta del camino parece que es la última y sin embargo, tras cada curva, aparece otra recta infinita. En una vaguada, hay un pequeño arroyo, ahora seco y varias granjas de cochinos. Cuando me oyen acercarme, enderezan las orejas, pero ni se levantan del suelo, los jodidos. Poco a poco se va nublando y unas nubes muy de agua se van acercando por mi derecha. A pesar de que no tiene lógica intentar entender el tiempo en la península, yo hago mis cábalas: que si vienen del mar, que si vienen de la cumbre.

Ya casi llegando a San Pedro de Rozados, según me dice el gps del androide, veo como se acerca la lluvia desde el oeste y se oyen, claritos, los truenos. Físicamente estoy reventado. Yo no se si los dos años de más que tengo en este camino con respecto al Camino Francés en 2010 son los responsables o si, por el contrario, tiene que ver que este trazado es más solitario, apenas hay donde comer durante el día y los trayectos son más largos, pero la verdad es que está costando bastante más.

Solo entrar al albergue de peregrinos de San Pedro de Rozados caen unas gotas que da miedo. Dentro, a pesar de que está abierto, no hay nadie. Luego aparecen Vito y Manolo y más tarde las inglesas enfermeras. Manolo tiene los pies fatal y algo de fiebre, y hasta habla de dejar de caminar. Suerte que Vito lo enrala y se le quita de la cabeza. Pasamos toda la tarde durmiendo porque diluvia en San Pedro de Rozados y curándonos los pies como es tradición en estas horas de descanso. Ya de noche, vamos a cenar al restaurante de Carmen, que también es hostal. Voy por la calle caminado a duras penas, apoyado en la pared, con las chanclas ahora sin calcetines, mientras el agua me entra clarita por todos lados. El paraguas es totalmente insevible porque cae mucha agua y además hay brisa. San Pedro de Rozados es un municipio enorme, pero apenas viven en él trescientas personas y no todas en la cabeza municipal.

El restaurante es de lo más acogedor y la cena riquísima. A menos de diez euros, Carmen sirve unas lentejas riquísimas (pone la legumbrera en la mesa y me sirvo ¡tres! veces), carne a la plancha y arroz con leche, todo regado de cuanto vino queramos beber. La mesa, con el guiri al que no veo desde ayer, las dos inglesas, Vito y la pelirroja que ayer se jaló, se pone de lo más animada. Mañana va a llover seguro y mis pies sencillamente están para el arrastre de despellejados e hinchados. Lo más razonable es hacer la etapa de mañana, que es muy corta, en el coche de Carmen que va a bajar a la ciudad de Salamanca. Nos despedimos unos de otros porque a pelirroja está en una casa rural preciosa, el guiri viejo en el propio hostal del restaurante y los demás en el albergue de peregrinos. En la barra del restaurante hay una cartel genial que advierte que cualquier persona que retenga el periódico del bar más de diez minutos en su poder, está obligado a leerlo en voz alta para que los demás se enteren. Hace un frío que pela esta noche en San Pedro de Rozados.



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