martes, 6 de noviembre de 2012

8 de Octubre: Torremejía-Mérida

El trayecto de hoy es corto, solo unos dieciséis kilómetros para llegar a tiempo de ver la ciudad que es la joya de este viaje: Mérida.

La salida de Torremejía fue casi una escapada para no caminar de nuevo con Pete . Había desayuno en el estupendo albergue de Torremejía y eso siempre hace que uno se lance al camino con mejor humor. La primera mitad del camino de hoy, se hace casi al lado de una carretera, la N 630 y no es extraño. Tanto en este camino como en el Camino Francés, hace dos años, muchos trayectos se hacen sobre la carretera porque son realmente el sustituto del antiguo trayecto y siguen su trazado. A mitad del camino, unas necesidades fisiológicas me hacen parar bajo unos eucaliptos. Mis intestinos no se han querido sincronizar este año con los horarios de albergue y allá que me voy yo por los campos de España, dando lo mejor de mi.

Conforme uno avanza, se incorporan desde la izquierda y la derecha otras carreteras y también la vía de ferrocarril. Mérida es y fue siempre un punto donde todos los caminos se encontraban y se nota. Tras rebasar unas obras molestas que han desplazado el camino en gran parte y por unos campos de viñas y olivos, me vuelve a pillar Pete  y entramos juntos en la ciudad de Mérida.

La ciudad de Mérida la mandó a fundar el emperador Octavio Augusto, veinticinco años antes de que naciera Cristo. Una vez que tenía toda la península controlada, se desmovilizaron a los veteranos y para ellos se creó esta ciudad con todas las comodidades que el imperio podía proporcionar. Emérita Augusta no fue solo una ciudad hispana más sino que fue la capital de una de las partes en que se dividió la península, la Lusitania. Me parece increíble que justo hagamos entrada en la ciudad por el antiguo puente romano que tiene ya dos mil años viendo pasar las aguas del río Guadiana bajo sus arcos. El puente es gigantesco, tiene sesenta arcos y mide más de setecientos metros. Todas las orillas del río están ajardinadas, con árboles y praderas. En poco tiempo se llega al albergue, que es un antiguo molino y está a la orilla del río. Somos los primeros en llegar y nos hacemos la ilusión (ficticia) de que no habrá mucha gente durmiendo esta noche en Mérida. Tras la ducha, me lanzo cuando aún no es mediodía a ver la ciudad. No se como describir Mérida. A mi se me desencajó la boca. Aunque los edificios contemporáneos no están especialmente cuidados, es tanto, tanto el patrimonio romano que hay por todos lados que uno se va sintiendo abrumado. Lo primero que vi (sin contar con el puente) fueron unas pequeñas termas y casi no acabo de verlas, sin saber la monstruosidad que me quedaba por conocer. Todo el casco está salpicado con restos de lo que fueron termas, los dos foros de la ciudad, templos enormes y sobre todo, en su parte más alta, el anfiteatro, el circo y el teatro. Delante del teatro hay que sentarse para asimilar que ese edificio impresionante, que aún hoy en verano sirve para representaciones muy famosas, lleva de pie más de dos mil años. Realmente estos edificios magníficos estuvieron parcialmente entullados hasta el siglo XX que es cuando de verdad se organizan las primeras excavaciones. Además, aunque no lo vi esa tarde, la ciudad tiene otros puentes menores, al menos dos acueductos, Disfruté enormemente en Mérida yo solito viendo todo eso. También en la parte alta está el Museo Nacional de Arte Romano, pero como es lunes está cerrado. Un buen motivo para volver pronto a Mérida. Hay muchos edificios que están construídos sobre columnas, como un palafito, porque por debajo de ellos hay restos de casas, de calles u otras construcciones romanas.






Ya casi en la hora de cerrar me da tiempo de ver la iglesia de Santa Eulalia. Santa Eulalia fue una niña mártir que como todas las mártires pasó más que el forro de un catre. Lo extraordinario de su iglesia es que está construída sobre una casa romana, quizá la propia casa donde vivió la santa y que con el paso de los siglos, se fue sacralizando pasando por ser primero un cementerio y luego distintas iglesias. En una excavación relativamente reciente, se puso de manifiesto la casa, ¡que está bajo el suelo de la iglesia! y donde pueden verse las distintas partes de la misma, enterramientos, pozos, aljibes y todo mezclado. Es sencillamente alucinante. La ciudad al ponerse el sol está muy animada, sobre todo la zona del río. Hay mucha gente haciendo ejercicio en las riberas y en alguna isla que está en medio del cauce. Vuelan por todos lados los murciélagos mientas los patos y ocas se van enroscando entre los matorrales.

En Mérida aprovecho para comprar camisetas de esas que se secan rápido, algún calcetín y calzoncillo porque creo que he perdido alguno por esos mundos de Dios. También, como te digo una cosa te digo la otra, Mérida tiene probablemente los sourvenirs más casposos que yo haya visto: cualquier cosa mínimamente relacionada con los romanos y especialmente si es dorado, se vende aqui para llevarselo uno de recuerdo. Ya de noche y cansado de ver tanta maravilla, me voy al albergue que ¡horror! está tan lleno que hay gente durmiendo en el suelo.

Me duermo rápidamente pensando que solo por ver Mérida, valió la pena venir a este viaje. 

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