martes, 30 de abril de 2013

15 de octubre. Oliva de Plasencia-Hervás (¿30 km.?)

Solo poner los pies en el suelo en el albergue de Oliva de Plasencia me hizo ver las estrellas. A duras penas, vuelvo a ducharme solo para espabilar un poco y bajo al desayuno que Mónica nos ha preparado. Ella también trabaja en una tienda del pueblo y no viene por la mañana. Voy tan lento por el dolor de los pies que todos los peregrinos se lanzan al camino mucho antes que yo. Para joderla más, ya iba casi dejando las casitas de Oliva de Plasencia atrás cuando me di cuenta de que no llevaba conmigo el teléfono. Vuelta a Oliva, vuelta al albergue para anotar el número de telefono que aparece en la puerta y llamar desde una cabina a Mónica, que me deja la llave y me permite recoger el telefonito. El pequeño laberinto para hacer esta operación me hace ver las estrellas. A pasos de geisha, voy dejando atrás Oliva, pero solo puedo caminar unos doscientos metros. Los "rayos" que salen de la planta del pie me llegan hasta la cabeza. Acabo convencido de que es imposible caminar hoy. Casi deprimido, me siento en una piedra al frío de la mañana, que me obliga a vestirme aunque por otra parte me descalzo. La verdad es que la vista de la planta de los pies impresiona un poco. Decido llamar a la pobre Mónica que me dice que como está trabajando, no me puede ayudar. Lógico. Me da el número de Carlos, que es el alberguero de Hervás, el lugar a donde debo llegar esta noche. Carlos es absolutamente encantador, pero a esta primera hora de la mañana, está recogiendo el albergue de Hervás y tampoco me puede venir, pero me habla de un taxista que me lleva a Hervás por cuarenta euros. Poco no es.

El principal problema es que me recomienda Carlos que avance hasta Cáparra y alli espere al taxi. Él piensa ( y yo también lo pienso) que no debo de dejar de ver Cáparra. Sería algo asi como no cruzar Mérida si uno hace la Vía de la Plata. A pasito a pasito, más impulsado por quitarme el frío de la mañana en la dehesa que por las ganas de hacerlo, voy caminando en dirección a Cáparra. Hay fincas maravillosas de ganado bravío, que se ve imponente bajo las encinas. No hay ningún peligro porque en este caso, todas las fincas están valladas perfectamente. En las granjas de reses bravas todo está muy cuidado, los bebederos y comederos son una virguería y las cercas y valles están en un estado impecable. Solo viéndolos, toros y vacas tienen otro aspecto, más nervioso y vivo que el ganado de leche o carne. Como anoche me dijo Mónica que en esta zona hay galápagos, por exótico que parezca, voy mirando en todas las charcas que están hechas para beber los animales porque al parecer ahora, que aún no han comenzado las lluvias, es muy facil ver a las tortuguitas en el poco agua que queda en el fondo.

Los pies se van insensibilizando y cuando me voy a dar cuenta, estoy en el centro de visitantes de Cáparra. Yo jamás había oido hablar de este sitio antes de preparar este viaje. La ciudad de Cáparra fue fundada por los romanos y otra escala, fue una parada importante como Mérida. Como todas las cosas que fundaban estos tíos, era una ciudad racional, bien pensada y con todos los elementos para que la gente viviera de lujo: termas, baños públicos, calles pavimentadas, templos y todo eso. A la caída del imperio, Cáparra entro en decadencia y desapareció como ciudad. Solo sobrevivió de ella un enorme arco de cuatro pies a cuyo alrededor, progresivamente se ha ido desenterrando toda la ciudad romana. De hecho, hoy en día, el arco de cuatro pies de Cáparra es el emblema de la Vía de la Plata. El centro de visitantes de Cáparra está bastante bien y además...¡está abierto para mi solo! Solo veo la exposición, solo veo el vídeo explicativo y solo recorro las preciosas ruinas de la ciudad solitaria. Un hombre está cogiendo aceitunas en unos olivos que crecen sobre esta ciudad, que debió ser un hormiguero de personas a esta misma hora, hace dos mil años.

Salgo de Cáparra ya decidido a no llamar al taxi y llegar a pie a Hervás si hace falta. Esta mañana pensé seriamente en la posibilidad de no llegar a Santiago de Compostela si los pies siguen empeorando de esta manera. Una posibilidad seria llegar solo hasta la ciudad de Astorga, donde ya estuve hace dos años al seguir el Camino Francés y desde alli, ir en tren a Galicia, ahorrándome ese camino que después de todo, ya conozco. El caso es que hoy sigo caminando con esa absurda, pero cómoda opción que es ir en chanclas con calcetines.Desde luego, es espantoso de ver, pero camino mejor que con los famosos tenis blancos.

El camino a continuación de Cáparra es prácticamente una línea recta. A medida que avanzo hacia el norte, las dos cordilleras que flanquean la ruta de hoy, a derecha e izquierda se van acercando progresivamente hasta que me da la impresión de que avanzo casi por el centro de un valle. Al frente se ven fenomenales los picos de la Sierra de Gredos. Busco Hervás por todos lados, pero todavía no lo veo. Realmente mi parada de esta noche, la ciudad de Hervás tampoco está en la Vía de la Plata, pero nos lo han recomendado a pesar del desvío que hay que hacer por la calidad de su albergue y porque el de Aldeanueva del Camino, que si está en la Vía, tiene chinches. Hay muchas chinches en algunos pocos albergues a pesar de que yo jamás los he tenido. Al holandés lo hicieron un cristo en la pensión de Cañaveral. En esta zona, como en otras muchas de la Vía de la Plata y el Camino Francés, se da la circunstancia de que coinciden las antiguas vías romanas, medievales e incluso las prehistóricas vetonas, con las carreteras modernas. Realmente estoy saliendo de Extremadura para entrar en Castilla y la "subida" a la meseta, solo puede hacerse por este punto por lo que, desde los pastores trashumantes del neolítico hasta los gigantescos y modernos camiones de la actualidad, han de pasar por el fondo de este valle de Ambroz.

Mucho antes de llegar a Aldeanueva, me pierdo como un pulpo. La Vía está interrumpida muchas veces por carreteras modernas y es fácil extraviarse. Acabo tirando por la autopista durante más de diez kilómetros, espantado con los gigantescos camiones que suben como tiros hacia Castilla. Muchos de ellos son camiones de transporte de ganado, con varios pisos de ovejas o cochinos que van al matadero o a buscar zonas con buenos pastos. Por fin, tras los diez kilómetros llego al cruce de Aldeanueva y comienzo a desviarme para subir a Hervás. El camino se ha transformado a lo largo del día, cada vez hay más árboles frutales, más humedad y ahora, en la carretera de Hervás, preciosas casas con jardín.

Hervás no puede ser más sorprendente. Jamás había oído hablar de esta ciudad y sin embargo, es preciosa. Tiene unos hermosos parques, buenas tiendas especialmente de muebles y un barrio judío alucinante. Está en medio de un bosque frondoso que es otra sorpresa en el día de hoy. Después de días caminado en un ambiente rural, de agricultores y pastores, me encuentro en esta pequeña ciudad con un aire parecido a La Laguna, de parejas paseando, gente haciendo deporte, tiendas y cafeterías. El albergue de peregrinos de Hervás es efectivamente una maravilla. Está construído en la antigua estación de tren, eliminando sus parejas exteriores y sustituyendolas por cristal. Tiene un premio su diseño. Es tan confortable que me dan ganas de llorar. Carlos, el hospitalero me recibe muy amable y asombrado de que después de haberle pedido que me fuera a buscar a Oliva, haya llegado a pie a Hervás. El ambiente es de lo más familiar y aqui me vuelvo a encontrar a los peregrinos con los que estuve anoche en Oliva, Vito y Manolo incluidos. Salgo a comprar provisiones, pero pierdo el tiempo callejeando por la judería que de verdad, es impresionante. No dejo de pensar en que tengo que volver a esta maravillosa ciudad alguna vez. Embobecido con plazas, iglesias y calles minúsculas, por poco se me hace la hora y no encuentro un supermercado abierto para comprar algo para mañana. Todos en el super hablan de la serie "Isabel" que tiene al goderío alucinado. Por cierto, aqui todos hablan ya un castellano impecable. Tras nuestra cena en un restaurante estupendo con, nuevamente, carne extraordinaria, caigo como un saco en mi cama ¡en una habitación individual!. Carlos, que es un encanto, me reservó la única habitación individual, con baño propio y todas las comodides, creyendo que necesitaría descansar varios días en Hervás. No se que ocurrirá a partir de ahora, peropor lo menos hoy, con mis cholas y mis calcetines, uno de cada color, llegué a la meta. ¡Viva Hervás! 





domingo, 21 de abril de 2013

14 de octubre. Galisteo-Oliva de Plasencia (30 km.)

Mis pies están cada día peor. Noto que en la planta empieza a crecer algo parecido a una megabolsa de agua. Por suerte, podemos desayunar en el albergue de Galisteo. La hospitalera es estupenda. La noche antes, nos dejó todo preparado: café, leche, bollería y pan. En la mayoría de los albergues, aunque haya que pagar unos euros y los productos sean convencionales, merece tomar este desayuno si uno no quiere pasarse casi todo el día en ayunas buscando donde comer. Una vez más, me doy cuenta de las diferencias entre la Vía de la Plata y el Camino Francés.

El paso que me permiten mis pies hace que todos los peregrinos se me adelanten como tiros. La idea es llegar hoy a Oliva de Plasencia. Oliva no está exactamente en la Vía de la Plata, pero no hay más remedio que desviarse del camino unos seis kilómetros si uno quiere encontrar donde dormir por esta comarca. Pasito a pasito, salgo de Galisteo casi convencido de que no voy a poder llegar a la lejana Oliva. Tengo que entrar a preguntar en una gasolinera y solo de pensar en cruzar su aparcamiento, me da pena de mi mismo. El dolor es tan fuerte que voy escalofriado todo.

El paisaje es precioso. La carrretera va todo el tiempo al lado del río Jerte, cubierto por enormes árboles de una sombra tan profunda, que llega a dar frío a esta hora de la mañana. Me doy cuenta de como ha cambiado el tiempo en estos casi veinte días de camino, no solo por la entrada en el invierno, sino por el avance hacia el norte de la península. Hay mucho ganado a los dos lados del camino. Entretenido con todo esto, me olvido del dolor de los pies y llego a Aldehuela del Jerte. En contraste con el paisaje de los últimos días, este valle del Jerte es un vergel: hay muchas fincas de millo, prados, secaderos de tabaco y en general muchos cultivos de regadío. Aldehuela es casi nada, hay un bar sin embargo y falta poco para que abra. Decido esperar aunque se que hoy voy en la retaguardia del grupo de peregrinos. El bar finalmente abre y hay que esperar a que se caliente la cafetera. Me adormilo en las sillitas de plástico por fuera y acabo desayunando por segunda vez un bocadillo estupendo y un café de verdad. Al intentar volver a caminar después de casi una hora parado, veo las estrellas.



Después de Aldehuela, viene Carcaboso. En Carcaboso hay un montón de antiguos miliarios de la Vía de la Plata, que aqui han sido colocados en la plaza. Son maravillosos y tienen incluso inscripciones en latín. Cada cosa de estas que he visto,me da un subidón tremendo. Aqui comienza a llover y me encuentro a los franceses que duermen esta noche en Carcaboso. Así quisiera ir yo, a poquito a poco. Desde Carcaboso, el camino es precioso: se trata de una dehesa, pero a diferencia de las primeras que vi en Huelva y Badajoz, esta ya está llena de hierba. Todo el tiempo voy al lado de un muro de piedra y hay mucha información sobre la Vía. De hecho, el hecho de que el camino actual vaya sobre una especie de loma, no tiene otra explicación sino que vamos sobre la auténtica vía romana. Hay muchísimas vacas y toros muy mansos que salen corriendo desde que me ven. Hay que tener cuidado porque con su propio susto, si se pone uno delante, pueden tumbarte. Embelesado con la dehesa, tan bonita y tan rica, llego a Venta Quemada, que es solo un edificio en donde debo dejar la Vía de la Plata para acercarme a Oliva de Plasencia. A lo largo de la carretera, hay más granjas de vacas, pero en plan "ricachón", son caserones preciosos que a esta hora de la tarde parecen ideales para meterse dentro a cenar.

Oliva no se ve hasta que prácticamente llega uno al pueblo. Es chiquitita y solo tiene unos trescientos habitantes. Detrás de él, hay una enorme ladera y tras esa ladera, la ciudad de Plasencia que no veré. Jesús Escudero se va a enfadar porque su madre es de aqui y ha hecho una dura campaña para que la vea. Cuando uno está caminando, resulta imposible ver las ciudades de las cercanías a no ser que pare un día para hacerlo. A pesar de que se dice en muchos textos, la Vía de la Plata no pasa por la ciudad de Plasencia. Sin embargo, el nacimiento y auge de esta ciudad, hizo que a partir de su fundación, los viajeros la usaran como escala descartando el Valle de Ambroz desde ese momento. El albergue de Oliva de Plasencia es sencillamente maravilloso. Ya están aqui los sevillanos Manolo y Vito y también Pete que me aplauden al verme llegar, renqueando. ¡El fuego de la chimenea está encendido! y toda la casa es una construcción típica, muy bien restaurada. La hospitalera habla como un loro, se llama Mónica, pero es encantadora y prepara la cena que, aunque sencilla, es muy de agradecer. Hay camas y baños de sobra, todo está recientemente restaurado y muy limpio. Hay varias habitaciones y no es necesario compartirlas con muchas personas. Apenas puedo mantenerme de pie en la ducha y para afeitarme tengo que sentarme porque los pies son una auténtica carroña. No me muevo de mi silla en toda la noche porque no puedo ni tenerme en pie. Creyendo que la estampa de mis pies ante el fuego de la chimenea era idílica, la subo a facebook y al momento, mis contactos desde Tenerife, me dicen que los tengo hinchados como un monstruo. Fue a pesar de todo una velada magnífica. Con los pies destrozados y todo, duermo como un animalito de Dios.







sábado, 20 de abril de 2013

13 de octubre. Cañaveral-Galisteo (28,2 km)

Fue terrible el despertar en Cañaveral. En primer lugar porque hay mucho ruido. Toda la gente que ha venido a cazar se mueve por los pasillos y en los bajos del hostal hay un bar bastante ruidoso. Por otra parte, mis pies están muy hinchados y duele una barbaridad. La suela de los tenis blanquitos que compré ayer, es como de broma. Apenas puedo dar un paso. Con mucho disimulo, porque odio que me miren con compasión los habituales observadores locales, bajo al bar y me tomo un cafecito.

La mañana está preciosa y avanzo, muy trabajosamente por la salida de Cañaveral, que con sus talleres y naves, podría ser la de Güímar, La Victoria o cualquier otro lugar. Mi guía advierte de que me voy a adentrar en uno de los tramos más solitarios de la Vía de la Plata. Apenas encontraré donde comer o beber, me imagino lo que me va a costar encontrar unas buenas botas por aqui. Es más, mi guía se regodea diciéndome que "ni en la época romana, este tramo de vía estaba tan desatendido como ahora". Bonito panorama.

A unos metros de la salida de Cañaveral, y después de equivocarme un par de veces (con lo que me duelen los pies), encuentro por fin la vía, que sube una ladera empinadísima con pinos. Hay una ermita de San Cristóbal y le rezo en serio porque estoy asustado con las patitas de esta manera y él gobierna los caminos. El punto más alto de la loma se llama el Puerto de los Castaños. La bajada por el otro lado es más agradable. Hay un bosque de alcornoques realmente espectacular, con mucha hierba y árboles enormes. A la mitad de camino, como es normal por aqui, un puticlub. Cuando pasan un par de horas, el dolor de los pies se vuelve soportable y casi me olvido de él. Hay que abrir y cerrar cientos de portillas que encierran el ganado. Es maravilloso que prácticamente todos los peregrinos cumplen con esta norma tan importante y sin la cual, se perderían muchas cabezas de ganado. Sin darme cuenta, paso por debajo del pequeño pueblo de Grimaldo, al que apenas veo con lo frondoso del bosque. Hay mucha gente cazando y esto acojona un poco. Se me va la cabeza pensando por la monotonía del camino. Todo el tiempo voy entre dos alambradas que apenas dejan en medio el ancho para la vía, ¡que en muchos casos presenta el empedrado original romano! Se oyen tiros por todos lados y eso no es muy tranquilizador. Estoy realmente hecho polvo hoy. Si paro a descansar, aprovechando alguno de los plintos que marcan la Vía de la Plata, parece que los pies se hincharan como un air bag y vuelven a doler, asi que no paro. De remate para la faena, hay muchas moscas hoy, que se posan en mis ojos, en el sudor, en la boca. Voy todo el tiempo manoteando y a veces hay más de una mosca en mis narices. No es por exagerar, pero tambien hay mucho, mucho calor.

Finalmente, el camino empieza a bajar de la montaña en unas cuestas pronunciadas y veo Galisteo, mi meta de hoy en la parte de abajo de las cuestas. Tengo hambre y me duelen los pies hasta "decir ya está bueno". No acabo de entender porqué a medida que me acerco a Galisteo, con el calor, mis pies reventados, mis moscas y mi hambre, no veo su famosa muralla, hecha de cantos rodados. La explicación viene algo más tarde en forma de señal explicativa: no estoy en Galisteo, realmente estoy atravesando Rio Lobos. Rio Lobos no tiene ni un bar abierto.

Con resignación cristiana, cruzo Rio Lobos y entro en una llanura inmensa. No tengo ni la más remota idea de donde está Galisteo. Toda la llanura, que fue una zona de colonización durante el franquismo, está plantada de tabaco y millo. De vez en cuando, enormes naves para el secado del tabaco. A mi lado, gandulea un rebaño enorme de ovejas. Si tuviera otro humor, le vería lo bonito. En medio de la nada, está la ermita de ¡Nuestra Señora de la Argamasa!. No tengo humor ni para acercarme a verla. En medio de un descampado, un matrimonio mayor de peregrinos extranjeros componen una estampa idílica. Acaban de almorzar y se están marcando una siestita, acostados dulcemente en la hierba. Cuando repita esta peregrinación, dentro de muchos años, quiero que sea así. Llegando, ahora si, a Galisteo, cruzando enormes llanos sembrados con enormes paneles solares que se orientan solos hacia el sol, crujiendo y haciendo un ruido estremecedor, me dan unos vahídos que me hacen creer que no llegaré a la pequeña ciudad de Galisteo. Un poco antes, cruzo sobre el famosísimo río Jerte, en medio de un grupo de olmos precioso. Justo en la puertade la ciudad, en una rotonda, que está plantada ¡de alfalfa! me encuentro con un hombre que la está segando para los animales. Le digo que debe ser la rotonda más práctica de todo España, pero el hombre no le ve la gracia. La cuestecita que lleva a la muralla de Galisteo, que es efectivamente una maravilla, me parece como si subiera mismamente a Los Pelados.

Galisteo está dormido bajo el calor de la tarde y yo, sentado en la plaza mayor, me bebo más de una botella de agua. Busco el albergue que está cruzando toda la ciudad y, desgraciadamente, bajando otra cuesta similar por el otro lado. A pesar del cansancio y todo lo demás, me quedo maravillado por el casco de Galisteo. El albergue es estupendo y la hospitalera, que lo tiene en concesión administrativa dada por el Ayuntamiento es superamable. Cuando me quito los tenis, hay una conmoción entre los peregrinos que ya están llegando o han llegado antes que yo. Por lo visto mis pies están bastante horribles de ver. Aqui están Pete, Manolo, Vito y la romántica pareja de franceses, que además hablan perfectamente el español. Hay una guiri enferma que pretende dormir con su perro en la habitación y eso no le gusta nada a la hospitalera (ni a mi).


Duchado y en cholas, subo de nuevo al casco de Grimaldo y compro provisiones para el día siguiente y nos damos un homenaje de cerveza fresquita en los bares de la plaza. Para comprar hay una venta de ultramarinos carísima con una vieja gruñona. La costumbre de Peter, como la mayoría de los extrajeros de comprar, por ejemplo un plátano, una mandarina o una manzana, no le  hace ninguna gracia. En la plaza hay un montón de paisanos jugando a la baraja. Se me olvida el dolor y estoy feliz feliz de haber llegado a mi destino. Cenamos en un bar al ladito del albergue y con Manolo y Vito, echamos unas risas. De nuevo en el albergue, dándome todas las cremas que me ofrecen los peregrinos, la hospitalera me trae de regalo unas botas nuevas y sin usar de su hijo, pero como tienen un refuerzo metálico interior, no me atrevo a ponermelas. No tengo ni idea de lo que va a pasar mañana, pero para motivarme más, la tele avisa que va a llover.

viernes, 12 de abril de 2013

12 de octubre: Casar de Cáceres-Cañaveral (34,4 km)

El despertar en los albergues multitudinarios siempre es molesto. Todo el mundo hace voluntaria o involuntariamente mucho ruido. Hay olores más que sospechosos por las mañanas y además, ayer, con sus gotitas de agua hizo que todo el mundo extendiera sus pertenencias por todas las superficies posibles para que se secaran en la medida de lo posible.

Tunteneando, me acerco a la ventanita balcón que da a la oscura plaza aún de Casar de Cáceres para recoger mis botas. Como no están alli, sin darle mayor importancia, empiezo a buscarlas en el interior del albergue creyendo que alguien las resguardó de la lluvia, pero no es así. Le pregunto a todos los peregrinos, pero entre que muchos ya están saliendo al camino precipitadamente y otros no las tienen, sigo sin encontrarlas. Con mis cholas de goma, bajo a la plaza a ver si se cayeron durante la noche y tampoco. Subo, bajo, entro, salgo...no se cuantas veces, pero las botas no están en ningún sitio y me empiezo a preocupar. De todo lo que uno lleva cuando hace el camino, lo más importante es sin lugar a dudas, las botas. Sin rendirme y muerto de frío reviso todas las papeleras de la plaza, los contenedores de las calles cercanas porque me parece imposible que alguien haya cogido esas botas a no ser por hacerme una putada. Me tomo un café muerto de frío y la chica de la cafetería-churrería ya me explica que no tendría nada de raro que algún colgado las haya cogido y las haya tirado. Yo me las imagino, tan sucias, tan baqueteadas, tan apestosas y me parece imposible que alguien haya echado mano de mis botitas. Las usé hace dos años para caminar desde Saint Jean Pied de Port hasta Fisterra y en muchas ocasiones en Tenerife después de aquella fecha. El caso es que amanece y los peregrinos ya se fueron y mis botas no están.

Me amarga pensar en que me tengo que quedar un día en este pueblo, que ahora me parece horrendo, sin hacer nada porque hoy es día del Pilar y está todo cerrado. Aunque fuese en guagua a Cáceres y buscara, todo está hoy completamente cerrado. Hay también una emergencia que transmite el camino y que te obliga a zumbarte a caminar desde que amanece. Buscaré lo que sea, pero no vuelvo a dormir hoy en Casar.

La chica de la churrrería me dice que hay unos chinos al comienzo de la ciudad, y que, como chinos que son, seguro que abren el día del Pilar y el Jueves Santo y lo que se les ponga por delante. Manolo el sevillano no puede caminar hoy porque tiene tendinitis, así que va a coger la guagua más tarde y me acompaña durante horas hasta que abren los chinos. Lamentablemente, entre la mucha metralla de la nave de los chinos, solo hay babuchas y chancletas, peores que las que yo tengo puestas ahora mismo, y que son las que me sirven para ducharme en los albergues. En una tienda de sourvenirs fantástica, donde solo se venden exquisiteces maravillosas me dicen que al lado hay una ferretería cuyos dueños viven arriba. Me dice que le toque y le cuente el caso, pero mi verguenza canaria me lo prohibe y durante horas, hago guardia en la puerta para no molestar siendo como es, día de fiesta.

La ferretería Covi no abre ni a tiros y animado por Manolito (que de apellido es casualmente Otero), tocamos en la puerta. Contar por un portero automático en un día de fiesta que "eres un peregrino al que anoche le robaron las botas y no quiero perder el día, y si usted me hiciera el favor...", no es facil, pero la dueña de la ferretería se endemonia con los vándalos que se llevaron mi calzado y baja rápidamente y me abre la tienda. Ella es supergraciosa. Una mujer de armas tomar. Ahora creo que tienen varias tiendas pero empezaron como ambulantes y odia que la gente se porte asi de mal. Es muy religiosa y después de venderme unos tenis y calcetines, me pide que rece por ellos y por España en Santiago. Yo de contento, les voy a rezar en casi todo el camino. Me despido de Manolo y con cinco o seis horas de retraso, al peso del sol, me lanzo al árido camino que me tiene que llevar hoy a Cañaveral, uniendo casi dos etapas en una. Por morrudo, claro.

Hoy voy a cruzar el segundo gran río de mi peregrinación: el Tajo. Concretamente lo voy a cruzar sobre el pantano de Alcántara y, como iluso, voy buscando el pantando desde que salgo de Casar. El camino es una inmensa cañada, que cruza decenas de explotaciones ganaderas, miles de ovejas y vacas que ven pasar a este peregrino que empezó a caminar tan tarde hoy. Contínuamente en este tramo hay que abrir y cerrar portillos que contienen al ganado y el paisaje está lleno de enormes piedras graníticas redondas. Hay lejos unas nubes blancas y apretadas, como las que quedan después de un día de lluvia. Se me quita la pena de esta mañana brincando en mis tenis blancos como si fuese bajando con la Virgen de El Socorro. Por esta zona, la Vía de la Plata conserva muchos miliarios romanos preciosos.

Finalmente, abajo, abajo aparece el pantano de Alcántara. Lo malo es que también me encuentro con el trazado del AVE que va a Lisboa y que por aqui, es  un espectáculo penso. Casi llegando al nivel del agua, me encuentro una pobre vaca perdida. Yo me asusto de ella y ella de mi. Los dos nos replegamos a los taludes del caminito que acaba fusionandose a la N-630. Prácticamente no pasa ni un coche por ella. Para cruzar sobre el agua, hay que hacerlo sobre dos ríos que se encuentran aqui: el Almonte y el Tajo. A mi esto me da un vértigo terrible. Me da la impresión de que en estas soledades, sin nadie a la vista y a metros y metros sobre el agua estática, nada impedirá que se me cruce un cable y me tire. El truco está en no ir por el arcén, sino por el asfalto, dejando la barrera metálica y otra protección más entre el desrriscadero aunque algún coche toque la pita. Además, llamo a mis compadres y me pongo a hablar como un loro.

Entre el agua sobresale una torre, la del Castillo de los Floripes. Antes de hacer el embalse, la Vía de la Plata pasaba por el fondo del valle, cruzando un antiguo puente romano que se desmontó en ese momento. Alrededor de ese puente estaba la población de Alconetar, que desapareció bajo las aguas del pantano. Ahora en la orilla del pantano hay ¡un club naútico! pero que ahora mismo está cerrado igual que el albergue para peregrinos, unico refugio en estas soledades. A mi no me importa porque mi parada va a ser Cañaveral, pero muchos del grupo de anoche, que querían dormir aqui, habrán tenido que continuar hasta el siguiente. Superado el Tajo, el camino vuelve a subir a la meseta para continuar al norte. A estas alturas del día, estoy completamente reventado. Muy a lo lejos se ve una ladera, casi con aspecto volcánico donde parece que está Cañaveral, pero el camino se me hace interminable. En muchos puntos, las obras del AVE se cruzan con la Vía, interrumpiendola y distorsionándola. Debo tener un aspecto cómico, yo solito, avanzando por el tremendo desmonte de más de cien metros de ancho y kilómetros hacia adelante y atrás, en este día del Pilar en el que no hay ni un operario en las obras. En las afueras de Cañaveral, hay mucho ganado vacuno, aqui negro y con cuernos largos, pero manso. La orientación del sol y las montañas me dan además la certeza de que he dado una especie de rodeo, seguramente porque la Via de la Plata se desplazaba en el pasado hacia el oeste, buscando el mejor vado para el Tajo, justo donde ahora está el embalse de Alcántara.

Para entrar en Cañaveral hay que cruzar un vallecito por donde pasa un arroyo. Ahi empiezo a notar que los tenis que tan alegremente me compré esta mañana, tienen una suela finiiita. Mis pies están molidos como carne de hamburguesa. A duras penas subo la cuesta de San Benito, con su fuente y busco habitación en el primer lugar que encuentro: el Hostal Málaga. Descalzarme fue horrible.

Después de ducharme y ponerme las cholas de nuevo, salgo a ver Cañaveral. A pesar del cansancio y de lo antipático que resulta el dueño del Hostal Málaga, tengo que decir que Cañaveral es un sitio pequeño pero señorial y con magníficas casas. Hay un par de sitios de copas que para ser un lugar tan apartado y despoblado, están muy animados. Estoy tan cansado y mis pies duelen tanto que decido compensarlo con una buena cena. En la mesa de al lado, Vito y Manolo cenan con la familia del primero que ha venido a verlo desde Sevilla. A Manolo lo trajo su madre desde Casar en coche.

Me duermo en un más que ruidoso Hostal Málaga. Está lleno de gente que mañana van de caza.


miércoles, 10 de abril de 2013

11 de octubre. Valdesalor-Casar de Cáceres (24,9 km)

La salida de Valdesalor es fría y oscura. Tan oscura, que me perdí un par de veces. El macrobar de gasolinera (de nombre Tuareg y estilo la que tenemos en Los Roques de Fasnia pero sin tantas cotas de diseño kitch) que vi ayer y que creí que me iba a permitir desayunar está cerrado asi que tiro por la cuesta que me va a llevar al Puerto de Las Camellas con la barriguita fría. El camino se pierde en tantos sitios que prefiero esperar a que amanezca para no dar tumbos. José Carlos Mesa me compró una linterna de "veo" pero no nos vimos y la linterna se quedó en Güímar.

Voy contento porque voy a cruzar Cáceres, que una de las pocas ciudades de esta via que conozco con anterioridad. Cáceres, que es también de fundación romana (se llamaba Castra Caecilia) es una ciudad fabulosa, bien conservada y donde se come muy, muy bien. Además, voy a mandar una segunda remesa de cosas por correo, concretamente las camisetas de algodón que han resultado un coñazo una vez que me compré las modernas camisetas técnicas fluorescentes. Sin embargo, no dormiré en Cáceres, que está a solo 11,8 kilómetros de mi punto de partida, Valdesalor.

En lo alto del Puerto de Las Camellas, ya se puede ver al fondo la ciudad de Cáceres a la que se llega por una antigua cañada de ganado. La entrada a una ciudad tan bonita desde la Vía de La Plata es horrenda. Los campos y corrales de ganado se van convirtiendo en un polígono industrial, con sus talleres y su rollo típico. Justo saliendo del polígono industrial, un cacereño mayor, muy animoso me dice "buen camino" y yo le respondo "¡Gracias!", pero me coje por la palabra y me mete una conferencia sobre el camino que te mueres. Me pregunta si me podía acompañar porque estaba haciendo ejercicio. El puto cacereño va caminando como un tiro y me lleva con la lengua fuera, con mi mochila. Cruzamos una parte de la ciudad moderna, con grandes edificios, hospitales, colegios y demás que no tiene nada que ver con el Cáceres de plaza mayor e iglesias que yo conozco. Me acompaña a correos y me hace cruzar la ciudad maravillosa por atajos sin ver el casco antiguo. Me dice que me apure porque va a llover y no me abandona hablando de su infarto y otros males hasta que me deposita en la salida de Cáceres por su otro extremo. Como no me apetecía compartir el desayuno con él, me doy cuenta de que vuelvo a estar en las afueras de Caceres con la barriga vacía y sin haber visto nada de la hermosísima ciudad. Vaya éxito.

Camino por fin solito por la carretera de Casar de Cáceres que tiene un tráfico tremendo. El camino hacia Casar no tiene mucho interés. En esas ocasiones, a uno se le va la cabeza y va pensando en cosas que no tienen nada en común. Puede ser la crisis, las bolsas de agua o lo pesado y amable que fue el pobre cacereño de esta mañana. Si uno no fuese solo caminando, este es el momento de pelear con sus compañeros. Justo al llegar a Casar, empieza a llover. El olor a ovejas y vacas es tremendo y eso me pone de buen humor. Casar está todo más o menos alineado alrededor de una calle mayor rectilínea y no es especialmente bonito. Tampoco lo es su albergue que huele fuertemente ¡a la famosa torta de Casar!. No es que hagan el queso en el propio albergue, pero creo que cada noche, varios peregrinos lo compran para llevarlo de recuerdo, con lo cual siempre hay un stock de torta de Casar en el albergue de Casar. La misma gente que te apunta en el libro del albergue tienen un bar, que se llama Majuca,  donde se puede comer y cenar. El  bar Majuca tiene una decoración que puedes partirte de la risa. Me da mucha risa porque son ceremoniosos y te traen carte y todo eso. Para los españoles está bien, pero para los guiris, que al final van a pedir bocadillos o alguna cosa disparatada para comer, es una pérdida de tiempo. Pasa toda la tarde con un chipi chipi y no puedo inspeccionar mucho esta ciudad, pero encuentro una biblioteca con acceso a internet por fin y que me permite escribir. Todos los alrededores de Casar están llenos de enormes granjas de vacas y ovejas. Yo he comido torta en Tenerife, se corta la leche usando flores como se hace en Gran Canaria con el queso de flor. Una vez la compramos en un viaje por estas tierras y cuando la abrimos en Güímar creimos que se había podrido de la peste que tiene, faltó nada para que la tiraramos. Otra vez me la compró Leo y la disfruté más. Es buena aunque apestosa.



Hay muuucha gente en el albergue de Casar. Entre otros, están Vito y Manolo, los dos sevillanos y Pete el holandés cagapeos. Todos repiten que vamos a entrar en una zona que durante varios días nos hará cruzar una parte especialmente solitaria y sin servicios de Extremadura. Tenemos el chip de ir avituallados y hasta yo, con lo desorganizado que soy para eso, compro algunas cosas en el supermercado por si mañana tardo en encontrar donde comer. Es incómodo dormir con tanta gente. Nos molestamos aunque no queramos. Con el ruido de los jóvenes en la plaza, los toques de la campana del Ayuntamiento, me viene el sueño y pongo mis botitas en la ventana para disponerme a dormir. Se fragua esta noche mi "tragedia" de este Camino de Santiago sin yo saberlo. Mañana cuento más.

martes, 9 de abril de 2013

10 de Octubre: Alcuéscar-Valdesalor (26,5 km.)

10 de Octubre: Alcuéscar-Valdesalor.

Me levanto prácticamente de noche. Tengo que buscar un cajero automático antes de lanzarme de nuevo al camino. Si hace dos años, en el Camino Francés, el problema fue mi pérdida de documentación, tarejetas y casi todo, en este lo dificil está siendo encontrar oficinas de bancos en estos lugares tan pequeños. Sin embargo, Alcuéscar si que tiene. Está en lo alto de la ciudad, trepando por unas callejas estrechitas que acaban en el castillo. El pueblo está como resacado de la fiesta. Toda la calle está tan absolutamente llena de basuras, de envoltorios de golosinas, de latas de refrescos, etc, como lo podría estar cualquiera de los nuestros al día siguiente de una noche de verbena. Inevitablemente me quedo pensando en si el Concejal de Fiestas de Alcuéscar pidió la limpieza especial para la mañana de hoy.

Los del bar, que han sido muy amables al dejarme dejar mi mochila en el mismo, todo el rato que busqué el banco, me sirven un café y leche absolutamente hirviendo y me lanzo al camino. La jornada de hoy, que acabará en Valdesalor es prácticamente toda en cuesta abajo. Toda la salida de Alcuéscar, entre campos y granjas está envuelta en una niebla que va saliendo poco a poco de la tierra mojada.

La primera estación del día será Casas de Don Antonio. Nadie está seguro si el origen de Casas de Don Antonio es también una mansio romana. Una de esos edificios donde los caminantes de la Vía de la Plata reponían fuerzas casa veintitantos kilómetros, podían cambiar de caballerías y todo eso. Ahora mismo, Casas de Don Antonio es un pueblo chiquitito casi sin servicios. A su salida me senté bajo un árbol que no conseguí identificar con unas infrutescencias rarísimas y que está plantado en un parque donde hay una  muy bonita aunque demasiado repintada. Huele a cochinos un montón, Casas de Don Antonio.

Al salir del pueblo, avanzando un poco si que me encontré de nuevo un miliario espectacular. Este se llama el Miliario del Correo porque con los siglos, se le practicó un hueco en la piedra donde se depositaban las cartas para los vecinos. Todo el tiempo, la carretera nacional con su estruendo va a mi derecha. Por momentos, viajo con Pete o solo.

A unos quince kilómetros sin café, ni bocadillo, ni cerveza ni nada llego, desmayado a Aldea del Cano. Es un pueblo pequeño que tiene una extraña particularidad. Los de aqui, todos los años se traen una encina de los alrededores que haya muerto por un rayo o algo asi, pero no una encina cualquiera....la que tienen ahora es descomunal y cuesta creer que se trate de un árbol real. Allí la tienen muchos meses entre el quince de agosto, que es la fiesta de la Virgen y la tienen hasta la Nochebuena, cuando le dan fuego. A la encina se le llama "El Tuero" y me explicó todo el rollo un trabajador del Ayuntamiento muy amable.

Por fin en Aldea del Cano encuentro donde comer. Lo que tiene la peninsula es eso. Te matas para encontrarlo, pero luego es una virguería. Bocadillo de lomo de ibérico con pimientos. Todos los parroquianos del bar juegan a las cartas mirándome de reojo. Estoy negro como un tizo después de quince días caminando.

Casi todo el siguiente tramo lo hice cotorreando por teléfono. Crucé un aerodormo con sus avionetas y todo, medio acojonado, mientras hablaba con mi comadre. No es extravagancia, es que la Vía de la Plata cruza el aerodromo. A lo lejos, se va viendo Valdesalor, que como todos los fines de etapa, se resiste y se resiste. Valdesalor es un lugar rarísimo, al menos para un canario. El pueblo se creó durante el franquismo partiendo de la nada. Todoe n él es nuevo y armónico. Muchos pueblos como este se crearon en el Plan Badajoz para intentar solucionar el problema de absoluta miseria de estas comarcas. Plantaban tabaco, maíz y algodón, las cosas que su tierra permitía en regadíos de nueva creación, pero al integrarnos en la Unión Europea, como otras tantas agriculturas protegidas, todo esto desapareció.



El albergue de Valdesalor está sin abrir y las instalaciones municipales son malas. Me quedó en un piso que alquila una señora, habitación por habitación para estos menesteres. Está limpísimo y tiene cocina y lavadero. Yo comodos veces en una especie de merendero a la salida del pueblo un poco estilo américa. La chica que lo atiende es encantadora. Me da tiempo de vagabundear por los alrededores y ver un puente antiguo, una caseta de observación de aves migratorias y la plaza del Ayuntamiento, que parece las que nos dibujaban en los libros de texto del franquismo, precisamente. Casi no me duermo en Valdesalor, pero no por el ruido (aunque se oyen vacas a lo lejos todo el tiempo) sino porque bajo mi ventana hay una tertulia de doñas que me hace reir a carcajadas en mi cama. Lo mismo te hablan de las famosas, que del tiempo, que del ganado. Hay una que es la bomba, es la reina de la tertulia.